martes, 18 de octubre de 2016
De la Edad Media al Humanismo: El nacimiento de la idea de la decadencia de Roma
viernes, 23 de julio de 2010
¿Qué es la Antigüedad tardía?


martes, 4 de mayo de 2010
Heródoto – El padre de la historia (La historiografía 3° parte)

Continuidad y ruptura
Como hemos visto en la entrada anterior de esta serie, Heródoto no creó la historiografía de la nada. Su obra (las historias) fue original y marcó un hito pero, sobre todo, porque combinó muchos desarrollos dispersos del pensamiento griego en un conjunto significativo. La palabra griega historia significaba en la época de Heródoto “investigación”, un proceso de búsqueda para determinar la verdad. Fue el éxito de su obra el que le otorgó el significado que todavía hoy tiene en castellano.
Es importante destacar que las historias no representaban una ruptura total con las formas míticas y épicas de describir el pasado, sino un desarrollo de las mismas. Heródoto heredó de Homero y de los mitos un marco general que influyó profundamente en la composición de sus obras históricas. Tanto la forma narrativa como la preeminencia temática de la guerra y la política son evidentes herencias épicas. El uso de la prosa en lugar del verso marcaba un quiebre respecto de esa tradición, pero la necesidad de utilizar un lenguaje estilizado y una presentación con elementos de intriga en la narración señalaban una continuidad con las formas literarias previas a la historiografía.
La obra de Heródoto también es continuación directa del tipo de investigaciones iniciadas por los logógrafos. El tema central de sus historias son las guerras entre griegos y bárbaros, cuyo episodio más importante son las Guerras Médicas, pero Heródoto las trata propiamente sólo al final de su obra. La estructura de su relato es compleja y variada, incluyendo cuantioso material geográfico y etnográfico pertinente a la idea de “descripción del mundo” heredada de los logógrafos. La concepción general de la obra es sencilla, Heródoto sigue la historia del imperio persa soberano por soberano desde sus orígenes hasta la gran derrota que les infligieron los griegos en las guerras médicas, pero se aparta reiteradamente de este curso lineal para introducir amplias descripciones de otras regiones y pueblos (incluyendo topografía, clima, costumbres, historia pasada, etc.) a medida que van desempeñando un papel en su relato, es decir, en cuanto entran en contacto con los persas en su expansión. Heródoto también presta mucha atención a todo lo que pueda considerarse extraordinario y trata de preservarlo para la memoria al incluirlo en su relato. En este aspecto, Heródoto es una vez más heredero del epos. También se incluye dentro de lo extraordinario todo aquello que para el punto de vista de un griego parece sorprendente, especialmente en lo que se refiere a las costumbres de los pueblos que Heródoto encuentra en sus viajes. Su posición frente a las numerosas diferencias que encuentra siempre está marcada por la tolerancia y por un cierto relativismo cultural que es central para el desarrollo de su espíritu crítico.
A pesar de estas indudables herencias de la tradición anterior, las historias de Heródoto marcan un hito fundamental en el desarrollo de la historiografía porque es en ellas que por primera vez pueden reconocerse algunos aspectos fundacionales del análisis histórico que caracterizan todavía hoy la forma de trabajo en esta disciplina. En primer lugar, Heródoto parte de un interrogante, su investigación quiere dar respuesta a una pregunta, ¿cuáles fueron las causas de la guerra entre griegos y bárbaros? La pregunta por las causas, el intento de ofrecer una explicación racional, eso es lo que distingue a Heródoto de sus predecesores. No se trata, sin embargo, de un cambio radical ni de una ruptura completa con el pasado, los elementos míticos y las tradiciones orales siguen desempeñando un papel en las explicaciones que Heródoto ofrece, si bien ya se inicia claramente un proceso de distanciamiento de los mismos. Ello es claramente visible en sus esfuerzos por ofrecer versiones racionalizadas de los mitos y leyendas que incluye en sus explicaciones.

Un punto muy debatido por los especialistas es cómo llegó Heródoto a componer su extensa obra. La gran mayoría coincide en que las historias no parecen haber sido el resultado de un plan completo desde el mismo momento en que su autor comenzó a escribir. La existencia dentro de la obra de una serie de relatos independiente indica que Heródoto comenzó componiendo piezas parciales y sólo después concibió el plan más ambicioso de integrarlas en un todo más extenso.
Heródoto elige, a diferencia de Tucídides, como veremos, un estilo simple y llano para presentar su material. Un recurso central de su estilo es la pataraxia, es decir la simple yuxtaposición de oraciones sin relaciones complejas de subordinación o elaboración retórica. Debe, sin embargo, quedar claro que se trata de una simplicidad artificial, detrás de la cual hay un gran esfuerzo destinado a que el texto parezca sencillo y espontáneo.
Para escribir su historia, Heródoto sólo podía obtener pocas informaciones de los autores anteriores a él. Su investigación recaía por tanto en las informaciones proporcionadas, directa o indirectamente, por testigos oculares o en la inspección personal de monumentos, regiones, tradiciones, etc. Su tema lo obligaba a remontarse a acontecimientos ocurridos hacía más de cien años y en una región muy extensa del Mediterráneo oriental que abarca actualmente más de una decena de países. Que Heródoto pudiera integrar todos esos relatos parciales en un conjunto coherente y unificado es uno de sus logros más sorprendentes. Un proceso de síntesis sumamente complejo semejante a la forma en que todavía hoy los historiadores trabajan.
Pero Heródoto no se limitó sólo a recopilar información de distintas fuentes, también procuró analizarlas comparativamente para determinar qué versiones merecían mayor confianza en caso de disparidades y contradicciones. En caso de encontrar informaciones confusas, intentaba conseguir otras versiones para tener más fundamentos a la hora de determinar lo acontecido.
lunes, 19 de abril de 2010
Los orígenes de la historiografía griega (La historiografía 2° parte)

1 - El surgimiento del espíritu crítico
La cultura griega es el resultado de una combinación de aportes de los pueblos orientales con desarrollos autóctonos. Antes de la difusión de la escritura, el mito cumplió aquí, con singular belleza poética la función fundamental de explicar y sancionar el orden existente. Al igual que en Oriente, el mito dio origen a toda una serie de poemas épicos transmitidos oralmente, que culminan en la sistematización de la Ilíada y la Odisea como sus mayores relatos. Pero los mitos griegos tienen una diferencia de carácter fundamental respecto de sus pares orientales. Presentan un claro trasfondo aristocrático, muy diferente del carácter monárquico y teocrático de los mitos egipcios y mesopotámicos. Ello era el reflejo de una realidad sociopolítica muy diferente, la polis, una comunidad en la que el poder no se encontraba concentrado en figuras individuales, sino que era el patrimonio común de una elite relativamente amplia, que competía entre sí para obtener honor, gloria y posiciones de poder pero dentro de reglas de juego establecidas. Esta visión es claramente reconocible en los poemas homéricos, signados por el culto a las figuras heroicas.
A partir del siglo VIII a.C., una serie de complejos procesos militares, sociales y económicos comenzaron a transformar el mundo griego. El crecimiento demográfico y los reclamos de mayor participación por parte de estratos campesinos acomodados produjeron una serie de convulsiones internas que afectó profundamente a las póleis. Una de las respuestas ante esta situación fue un intenso movimiento colonizador, que llevó a la fundación de ciudades griegas en todas las costas de Mediterráneo. En este contexto de expansión geográfica y cambio político se desarrollan nuevas perspectivas para explicar el mundo que rompen con la visión del mito. Se trata de un acontecimiento fundamental de la historia universal, pues es la primera vez que se proponen explicaciones empírico- racionales para los fenómenos.
Este paulatino movimiento hacia explicaciones racionales es ilustrado por los que se conocen normalmente como los “filósofos presocráticos”. Una figura representativa que puede destacarse a modo de ejemplo es Tales de Mileto, quien vivió aproximadamente entre el 620 y el 540 a.C., y quien fuera uno de los primeros en exponer una explicación alternativa al mito para los fenómenos naturales, buscando establecer relaciones racionales de causa y efecto entre diferentes fenómenos. Pero Tales es sólo un ejemplo dentro de todo un movimiento de pensadores críticos . El foco central de este movimiento fueron las ciudades griegas de Jonia, es decir, de la costa del Asia menor. Como enclave griego en contacto con diversas culturas del Oriente, estas ciudades estaban especialmente bien ubicadas para dar origen a una tradición crítica.
El ascenso de este nuevo tipo de explicaciones no produjo un automático declive de la visión mítica. Al contrario, esta fue conservada con nuevo vigor una vez que sus contradicciones y su contenido fantástico fue sujeto a interpretaciones racionalistas. Las épicas menores que se produjeron en este período testifican esa tendencia a explicar y completar los poemas homéricos y los ciclos míticos tradicionales, siendo otro ejemplo del avance de un espíritu crítico.
Es en este contexto de desarrollo de explicaciones racionales que debe entenderse la aparición de los primeros escritos de tipo historiográfico. Como decía a principios del siglo XX el gran historiador J. B. Bury, “los griegos no fueron los primeros en cronicar los asuntos humanos. Pero fueron los primeros en aplicarles una crítica racional y esto significa que crearon la historiografía.”
2 – El aporte de los logógrafos
La aparición específica de las primeras obras historiográficas vino de la mano del creciente interés geográfico y etnográfico que generó la expansión colonial griega. El contacto con nuevas realidades y con pueblos y culturas diferentes posibilitó un cierto distanciamiento de las propias tradiciones y llevó a cuestionar en muchos aspectos a las versiones transmitidas por los propios mitos. Este proceso es claramente visible en las obras de los que se denominan como “logógrafos”. Se trató de diversos autores de escritos geográficos y etnográficos que sistematizaron la nueva información disponible en un período caracterizado por contactos más intensos con otros pueblos del Mediterráneo. Para la historiografía, el más significativo es Hecateo de Mileto (c.550-c.476 a.C.). Hecateo fue, ante todo, un geógrafo cuyo propósito principal era presentar una descripción del mundo conocido en sus numerosos viajes de exploración. Más allá de este interés prioritario, el contacto con otras culturas y otras explicaciones del mundo lo llevaron a cuestionar las versiones imperantes entre los griegos. Ello es claramente visible en un célebre pasaje en que Heródoto se refiere a una anécdota reportada por el propio Hecateo.
2.143 Contaré un suceso curioso. Hallándose en Tebas, antes que yo pensara en pasar allá, el historiador Hecateo, empezó a declarar su ascendencia, haciendo derivar su casa de un dios, que era el decimosexto de sus abuelos. Con esta ocasión hicieron con él los sacerdotes de Júpiter Tebeo lo mismo que practicaron después conmigo, aunque no deslindase mi genealogía, pues me entraron en un gran templo y me fueron enseñando tantos colosos de madera cuantos son los sumos sacerdotes que, como expresé, han existido, pues sabido es que cada cual coloca allí su imagen mientras vive. Iban, pues, mis conductores contando y mostrándome por orden las estatuas, diciendo: —«Este es el hijo del que acabamos de mirar, como puedes verlo, por lo que se parece a su inmediato predecesor;» y de este modo me hicieron reconocer las efigies y recorrerlas de una en una. Algo más hicieron con Hecateo, pues como él se envaneciera de su ascendencia, haciéndose proceder de un dios, su antepasado, le dieron en ojos con la serie y generación de sus sacerdotes, no queriendo sufrirle la suposición de que un hombre pudiera haber nacido de un dios, y dándole cuenta, al deslindarle la sucesión de sus 345 colosos, que cada uno había sido no más un piromis, hijo de otro piromis (esto es, un hombre bueno hijo de otro, pues piromis equivale en griego a bueno y honrado), sin que ninguno de ellos descendiese de padre dios ni de héroe alguno. En fin, concluían que los representados por las estatuas que enseñaban habían sido todos grandes hombres, como decían, pero ninguno que de muy lejos fuera dios.
sábado, 20 de marzo de 2010
La historia antes de la historia (La historiografía - 1° parte)

Tablilla con un fragmento del poema de Gilgamesh
Todas las sociedades complejas han buscado una forma de preservar el conocimiento sobre su pasado. Los griegos consagraron a la investigación histórica como el mecanismo privilegiado para esa tarea, pero antes de que surgiera la historiografía hubo otras aproximaciones. En esta primera entrada de una nueva serie, veremos los métodos desarrollados por las primeras civilizaciones humanas.
El mito
Puede, sin duda, afirmarse que los pueblos sedentarios surgidos de lo que comúnmente se denomina como “revolución neolítica” tenían una clara concepción del tiempo. Un aspecto central de esa concepción era la oposición evidente entre la transitoriedad del ser humano individual y la permanencia del conjunto social. Se conocía, en consecuencia, la existencia de un pasado anterior a los más ancianos de los contemporáneos, es decir, una época de la que no existían referencias directas, sino sólo una “tradición”. En las primeras sociedades humanas sedentarias, esa tradición asumió, por lo general, la forma de un relato mítico, referido a un pasado fundacional y atemporal, situado más allá de la esfera de lo propiamente humano y que servía, a la vez, como explicación y legitimación del orden existente.
Antes de la difusión del uso de la escritura, estos relatos míticos tomaban generalmente la forma de poemas épicos orales, transmitidos de generación en generación sólo en base a la memoria humana y, por lo tanto, en permanente cambio y adaptación. Los ejemplos más conocidos son los poemas de Gilgamesh. El desarrollo de las ciudades, la aparición de diferencias sociales más acentuadas y la invención de la escritura llevaron a una sistematización del mundo mítico, que comenzó entonces a ser controlado por sacerdotes y gobernantes. Esa sistematización significó también una fijación de las versiones.
Listas reales, anales y crónicas
La aparición del Estado implicó una importante complejización de la concepción del tiempo. Si bien el mito continuó plenamente vigente como legitimación y explicación del orden existente, la preservación del aparato estatal hizo necesario el desarrollo de nuevos mecanismos de registro de información cuya preservación se considera valiosa. Así aparecen los anales y las crónicas. La forma previa de ambas son las listas sacerdotales o reales que registran las sucesiones personales dentro de la clase dirigente. Su función es, indudablemente, tanto de legitimación como de registro, pues normalmente conectan a los soberanos contemporáneos con antepasados divinos o heroicos de los tiempos míticos. Un ejemplo especialmente conspicuo de este tipo de registros es la denominada “Lista real sumeria” que incluye los soberanos de Kish, Ur, Uruk y otras ciudades, junto con numerosos antepasados de carácter mítico.
Las listas reales son pronto completadas con otras informaciones destacadas de cada reinado. Junto con los años que cada ocupante pasa en el trono, empiezan a registrarse acontecimientos notables dignos de ser recordados, como batallas, fenómenos naturales, rituales religiosos, culminación de construcciones, eventos políticos, etc. Los anales egipcios conservados fragmentariamente en la denominada “estela de Palermo” son el ejemplo más antiguo conocido de este desarrollo, datando aproximadamente del 2650 a.C., durante lo que se conoce como el Imperio antiguo. En ellos encontramos una lista de los faraones egipcios que combina a los gobernantes de las primeras dinastías con una serie de reyes míticos. El texto incluye, además, una mención de los acontecimientos más destacados de cada año de reinado. Veamos un pequeño fragmento de la sección referida al faraón Udimu, el primero en llevar el título de gobernante del Alto y Bajo Egipto.
(Año 18(?)). El año de (...) El Gran Blanco (?) (...)
(Año 19(?)). El año de golpear a los Asiáticos.
(Altura del Nilo): 5 codos.
(Año 20(?)). El año del (Festival del) Nacimiento de la Piel (de Anubis (?) o lmy-Ut) en el santuario «Las Dos Capillas».
(Altura del Nilo): (...) codos.
(Año 21(?)). El año de golpear al Pueblo del Chacal (?).
(Altura del Nilo): 6 codos, 1 palmo, 2 dedos.
(Año 22(?)). El año del Festival de Sokaris, en la fortaleza (llamada) «Compañero de los Dioses».
(Altura del Nilo) (...) codos (...)
(Año 28(?)). El año de la estancia (del rey (?)) en el Templo de Sau (o Ptah), en la ciudad de Heka (...)
(Altura del Nilo): 3 codos, 1 palmo, 2 dedos.
(Año 29(?)). El año de golpear a los Trogloditas (Intyu).
(Altura del Nilo): 4 codos, 1 palmo,
(Año 30(?)). El año de la Aparición del Rey del Alto Egipto, y de la Aparición del Rey del Bajo Egipto, en la Fiesta SEd.
(Altura del Nilo): 8 codos, 3 dedos.
(Año 31(?)): El año del Llenado(?) de todos los Lagos (?) de la gente del Oeste y del Este del Bajo Egipto.
(Altura del Nilo): 3 codos, 1 palmo.
(Año 32(?)): El año de (la celebración del) Festival Djet por segunda vez.
(Altura del Nilo): 5 codos, 2 palmos.
(Año 33(?)). El año del Festival de Sokaris (en) la fortaleza (llamada) «Los Tronos de los Dioses».
(Altura del Nilo): 5 codos, 1 palmo, 2 dedos.
Con el paso del tiempo los anales se vuelven más completos. El salto decisivo se da cuando de un simple registro de acontecimientos se pasa a una narración de lo acontecido en un año. Este cambio puede verse ya completamente realizado en las crónicas del faraón Tutmosis III, conservadas en monumentales inscripciones en el templo de Amón en Karnak y que presentan un detallado relato de sus campañas militares.
A pesar de su gran desarrollo, las crónicas orientales nunca alcanzaron el nivel que corresponde a lo que propiamente denominamos historiografía. La intención de recordar el pasado siempre estuvo asociada a motivos religiosos o políticos, y a la necesidad de producir relatos legitimadores del orden existente.