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martes, 18 de octubre de 2016

De la Edad Media al Humanismo: El nacimiento de la idea de la decadencia de Roma

La visión medieval


Durante la Edad Media, la caída de Roma es raramente percibida como un acontecimiento relevante o como problema en necesidad de explicación. Si bien ya autores de siglo VI reconocen que la deposición de Rómulo Augústulo pone fin a un reinado continuado que puede extenderse desde Augusto o desde el mismo Rómulo, ello no significa, sin embargo, que ello se conciba como el fin del imperio o de una época. En efecto, la visión medieval del pasado romano es dominada por la idea de la translatio imperii, la transferencia de la autoridad de Roma a otros centros de poder que sirve como base de legitimación de configuraciones políticas muy diversas.

A finales de la Edad Media, la idea de la continuidad del Imperio Romano se encuentra fuertemente presente, siendo Dante uno de sus mayores exponentes. En el siglo XIV, el erudito bendictino Engelbert von Admont escribe un pequeño tratado titulado De ortu et fini Romani Imperii. Pero para Engelbert, el fin del imperio es un acontecimiento que todavía se encuentra en el futuro, tras la llegada del anticristo. El imperio Romano es el último de los cuatro grandes reinos de la historia mencionados en la profecía de Daniel. La visión cristiana de los cuatro reinos aparece todavía ilustrada en la Crónica universal de Hartmann Schedel impresa en Nüremberg en 1493.

Petrarca y la nueva visión humanista


Durante la Edad Media hay evidencia de una visión alternativa que concibe la caída de Roma como una cesura, pero se trata de una visión marginal que no llegó nunca a desafiar el consenso mayoritario. Desde fines del siglo XIV, sin embargo, el desarrollo del humanismo rompió con la visión de la continuidad histórica e impuso un nuevo relato centrado en la idea de decadencia que se transformaría en uno de los principales temas historiográficos hasta el siglo XX. La visión humanista era una relaboración de ideas ya presentes en Salustio, Tácito, Dión Casio y otros autores antiguos pero complementada con muchos elementos nuevos. Para los humanistas, el Imperio Romano nunca se había trasladado, había decaído y, finalmente, desaparecido. Sus sucesores habían sido estados bárbaros, meros epígonos que no podían comparársele ni atribuirse ser sus continuadores.

La consolidación del humanismo como corriente de pensamiento organizada está indisolublemente ligada a la figura de Francesco Petrarca (1304-74). Ya en la obra de Petrarca se percibe claramente la idea de la singularidad de la república romana, de sus logros civilizatorios y, sobre todo, de su literatura, nunca igualada a lo largo de la historia. Es en su obra que puede reconocerse por primera vez la idea de que tras ese período de esplendor se había producido una profunda ruptura que había desembocado en una edad oscura, marcada por la pérdida de todos esos logros.[2] Petrarca es plenamente consciente, en consecuencia, de que ya no vive en el mismo período que los autores que admira. Petrarca distingue, en efecto, entre un período antiguo y un período moderno que es el propio, siendo la frontera entre ambos la cristianización del Imperio Romano, es decir, la era de Constantino (fam. 6.2.12).

En un pasaje famoso de su “Carta a la posteridad”, Petrarca declara expresamente haberse dedicado con afán al estudio de la Antigüedad por el desagrado que le provocaba su propia época, afirmando que si no fuera por el afecto que sentía por los suyos, hubiera preferido vivir en cualquier otra época.

Los humanistas florentinos del Quattrocento - Bruni y Biondo


Más allá del antecedente de Petrarca, la idea de la decadencia tiene su primera formulación detallada en un contexto muy específico. Los humanistas florentinos de principios del siglo XV vivían en un mundo de comunidades urbanas autónomas y republicanas amenazadas por el creciente protagonismo y poder de los duques de Milán y de diversos principados y monarquías. Este contexto reforzó su visión sobre la importancia de los logros políticos del mundo clásico y los llevó a ver en la pérdida de las “virtudes cívicas” (sobre todo virtus y libertas) que habían caracterizado a la república romana la señal inequívoca del declive de la civilización antigua que desembocaría de manera inevitable en la caída final del Imperio de Occidente.


Esas virtudes cívicas habían renacido, tras un largo eclipse, en ciudades como Florencia, y la concepción cívica del republicanismo de los humanistas florentinos era, a la vez, una visión sobre la decadencia del Imperio Romano y un programa político para evitar que lo mismo sucediera con su república. La conexión entre la pérdida de la libertad y la decadencia puede verse ya claramente en la Historia de Florencia de Leonardo Bruni (1370-1444), como lo ilustra claramente el siguiente pasaje:

Declinationem autem romani imperii ab eo fere tempore ponendam reor quo, amissa libertate, imperatoribus servire Roma incepit.

Considero que la decadencia del Imperio Romano debe colocarse aproximadamente desde aquella época en que, habiendo perdido la libertad, Roma comenzó a servir a los emperadores.

En la obra de Bruni ya encontramos plena conciencia de una división tripartita de la historia, marcada por la idea de que la época oscura señalada por Petrarca ha dado paso a una nueva en que se están recuperando algunos de los logros de los antiguos. Posteriormente, se consolidarían para esa edad intermedia designaciones como media tempestas o media aetas.

Poco tiempo después de que Bruni redactara su historia de Florencia, Flavio Biondo (1392-1463), un humanista ocupado como secretario en la curia papal, redactaría la primera obra histórica centrada en la idea de la decadencia del mundo clásico, las Historiarum ab inclinatione Romanorum imperii decades, escrita entre los años 1439 y 1453. Si bien Biondo tomará como punto de partida de su obra el fatídico año 410 en que la ciudad de Roma es saqueada por los godos, en numerosos pasajes presenta un diagnóstico semejante al de Bruni sobre los factores que originaron esa decadencia mucho tiempo antes de ese acontecimiento. Quedaba así consagrada una nueva visión sobre la historia de Occidente en la que la decadencia de Roma era un acontecimiento definitorio.


viernes, 23 de julio de 2010

¿Qué es la Antigüedad tardía?



Busto de un emperador de la Antigüedad Tardía
El período comprendido entre el 200 y el 600 d.C. es comúnmente denominado en la historiografía como Antigüedad Tardía, nombre con el que se pretende salvar el duro problema de clasificación que para la ciencia histórica representan esos siglos ubicados entre la Antigüedad clásica y la Edad Media, pero sin corresponder, sin embargo, exactamente a las características de ninguno de ellos. Es quizá por eso que han intrigado y atraído tanto a los historiadores. Las radicalmente diversas interpretaciones, clasificaciones, y valoraciones que ellos realizaron respecto de las problemáticas de estos 500 años, son una prueba más, si es que ésta es necesaria, de la irreductible complejidad de los procesos sociales que esos siglos albergaron, como así también de su riqueza y originalidad.
Con el renacimiento y su revalorización de la Antigüedad Clásica, se echaron las bases de una tradición historiográfica que conocería gran éxito y continuidad en los siglos posteriores, marcando las formas en que la Antigüedad tardía sería interpretada a partir de entonces. Para los humanistas del quattrocento, admiradores devotos de la República Romana, nada posterior al “Siglo de Augusto” o, en todo caso, al principado de los Antoninos merecía ser rescatado. El período que comenzaba con el siglo III era visto como el inicio de una acentuada decadencia que se generalizaba a todos los aspectos de la vida y la cultura, culminando en el derrumbe -por intermedio de los pueblos bárbaros- de un imperio ya largamente corrompido.
La Ilustración retomaría y potenciaría esta línea garantizando su continuidad en las obras de numerosos historiadores del siglo XVIII y XIX. Sería Montesquieu con su clásico opúsculo, Consideraciones acerca de las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia, quien otorgaría especial energía, atractivo y difusión a la tesis de la decadencia, que sería fervorosamente apoyada por un neoclasicismo en auge. Pero sería Edward Gibbon quien, retomando la premisa de Montesquieu, llevaría esta corriente a su máximo desarrollo. Con su monumental obra Decadencia y caída del Imperio Romano -trabajo gigantesco en volumen, erudición y argumentación- se consagraría la visión, no desprovista de cierto estilismo romántico, de una civilización avanzando hacia su inevitable ocaso por un camino de progresivo declive y corrupción. Para Gibbon la señal ineludible de la decadencia era el avance de la religión cristiana, que en su espíritu racionalista e ilustrado era el sinónimo de la barbarie.
Mosaico tardoantiguo

Desde mediados del siglo XX, han sido numerosas las voces que se han alzado contra esta interpretación excesivamente unilateral, incapaz de entender la originalidad y creatividad que marcan los cambios y transformaciones de este período. El estudio del arte tardorromano, de la escultura, la pintura y la literatura; el estudio de los orígenes, la consolidación y la organización eclesiástica del cristianismo, el de la profundidad y éxito de las reformas del imperio por Diocleciano y Constantino, entre muchos otros campos de investigación, marcaron el camino a la revalorización de la Antigüedad Tardía, a una reconsideración de su importancia, originalidad, y, sobretodo, de su complejidad, incapaz de ser reducida a la burda simplificación de la decadencia o las edades oscuras.
De la numerosa lista de historiadores que han participado de esta renovación historiográfica, todavía parcial, me limito a señalar al destacado investigador francés H. I. Marrou, que como especialista en la Antigüedad Tardía y también en el agustinismo, dedicó grandes esfuerzos a combatir la parcial y errónea imagen de decadencia impuesta al mundo tardorromano. En sus propias palabras:
...la Antigüedad tardía no es solamente la última fase de un desarrollo continuo, sino otra Antigüedad, otra civilización, que hay que aprender a reconocer en su originalidad y a juzgar por sí misma y no a través de los cánones de anteriores edades

Para saber más sobre Antigüedad tardía visita mi blog Mundo Tardoantiguo

martes, 4 de mayo de 2010

Heródoto – El padre de la historia (La historiografía 3° parte)



Continuidad y ruptura

Como hemos visto en la entrada anterior de esta serie, Heródoto no creó la historiografía de la nada. Su obra (las historias) fue original y marcó un hito pero, sobre todo, porque combinó muchos desarrollos dispersos del pensamiento griego en un conjunto significativo. La palabra griega historia significaba en la época de Heródoto “investigación”, un proceso de búsqueda para determinar la verdad. Fue el éxito de su obra el que le otorgó el significado que todavía hoy tiene en castellano.

Es importante destacar que las historias no representaban una ruptura total con las formas míticas y épicas de describir el pasado, sino un desarrollo de las mismas. Heródoto heredó de Homero y de los mitos un marco general que influyó profundamente en la composición de sus obras históricas. Tanto la forma narrativa como la preeminencia temática de la guerra y la política son evidentes herencias épicas. El uso de la prosa en lugar del verso marcaba un quiebre respecto de esa tradición, pero la necesidad de utilizar un lenguaje estilizado y una presentación con elementos de intriga en la narración señalaban una continuidad con las formas literarias previas a la historiografía.

La obra de Heródoto también es continuación directa del tipo de investigaciones iniciadas por los logógrafos. El tema central de sus historias son las guerras entre griegos y bárbaros, cuyo episodio más importante son las Guerras Médicas, pero Heródoto las trata propiamente sólo al final de su obra. La estructura de su relato es compleja y variada, incluyendo cuantioso material geográfico y etnográfico pertinente a la idea de “descripción del mundo” heredada de los logógrafos. La concepción general de la obra es sencilla, Heródoto sigue la historia del imperio persa soberano por soberano desde sus orígenes hasta la gran derrota que les infligieron los griegos en las guerras médicas, pero se aparta reiteradamente de este curso lineal para introducir amplias descripciones de otras regiones y pueblos (incluyendo topografía, clima, costumbres, historia pasada, etc.) a medida que van desempeñando un papel en su relato, es decir, en cuanto entran en contacto con los persas en su expansión. Heródoto también presta mucha atención a todo lo que pueda considerarse extraordinario y trata de preservarlo para la memoria al incluirlo en su relato. En este aspecto, Heródoto es una vez más heredero del epos. También se incluye dentro de lo extraordinario todo aquello que para el punto de vista de un griego parece sorprendente, especialmente en lo que se refiere a las costumbres de los pueblos que Heródoto encuentra en sus viajes. Su posición frente a las numerosas diferencias que encuentra siempre está marcada por la tolerancia y por un cierto relativismo cultural que es central para el desarrollo de su espíritu crítico.

A pesar de estas indudables herencias de la tradición anterior, las historias de Heródoto marcan un hito fundamental en el desarrollo de la historiografía porque es en ellas que por primera vez pueden reconocerse algunos aspectos fundacionales del análisis histórico que caracterizan todavía hoy la forma de trabajo en esta disciplina. En primer lugar, Heródoto parte de un interrogante, su investigación quiere dar respuesta a una pregunta, ¿cuáles fueron las causas de la guerra entre griegos y bárbaros? La pregunta por las causas, el intento de ofrecer una explicación racional, eso es lo que distingue a Heródoto de sus predecesores. No se trata, sin embargo, de un cambio radical ni de una ruptura completa con el pasado, los elementos míticos y las tradiciones orales siguen desempeñando un papel en las explicaciones que Heródoto ofrece, si bien ya se inicia claramente un proceso de distanciamiento de los mismos. Ello es claramente visible en sus esfuerzos por ofrecer versiones racionalizadas de los mitos y leyendas que incluye en sus explicaciones.

La composición de las historias y las fuentes de su relato

Un punto muy debatido por los especialistas es cómo llegó Heródoto a componer su extensa obra. La gran mayoría coincide en que las historias no parecen haber sido el resultado de un plan completo desde el mismo momento en que su autor comenzó a escribir. La existencia dentro de la obra de una serie de relatos independiente indica que Heródoto comenzó componiendo piezas parciales y sólo después concibió el plan más ambicioso de integrarlas en un todo más extenso.

Heródoto elige, a diferencia de Tucídides, como veremos, un estilo simple y llano para presentar su material. Un recurso central de su estilo es la pataraxia, es decir la simple yuxtaposición de oraciones sin relaciones complejas de subordinación o elaboración retórica. Debe, sin embargo, quedar claro que se trata de una simplicidad artificial, detrás de la cual hay un gran esfuerzo destinado a que el texto parezca sencillo y espontáneo.

Para escribir su historia, Heródoto sólo podía obtener pocas informaciones de los autores anteriores a él. Su investigación recaía por tanto en las informaciones proporcionadas, directa o indirectamente, por testigos oculares o en la inspección personal de monumentos, regiones, tradiciones, etc. Su tema lo obligaba a remontarse a acontecimientos ocurridos hacía más de cien años y en una región muy extensa del Mediterráneo oriental que abarca actualmente más de una decena de países. Que Heródoto pudiera integrar todos esos relatos parciales en un conjunto coherente y unificado es uno de sus logros más sorprendentes. Un proceso de síntesis sumamente complejo semejante a la forma en que todavía hoy los historiadores trabajan.

Pero Heródoto no se limitó sólo a recopilar información de distintas fuentes, también procuró analizarlas comparativamente para determinar qué versiones merecían mayor confianza en caso de disparidades y contradicciones. En caso de encontrar informaciones confusas, intentaba conseguir otras versiones para tener más fundamentos a la hora de determinar lo acontecido.

lunes, 19 de abril de 2010

Los orígenes de la historiografía griega (La historiografía 2° parte)

Tales de Mileto

1 - El surgimiento del espíritu crítico

La cultura griega es el resultado de una combinación de aportes de los pueblos orientales con desarrollos autóctonos. Antes de la difusión de la escritura, el mito cumplió aquí, con singular belleza poética la función fundamental de explicar y sancionar el orden existente. Al igual que en Oriente, el mito dio origen a toda una serie de poemas épicos transmitidos oralmente, que culminan en la sistematización de la Ilíada y la Odisea como sus mayores relatos. Pero los mitos griegos tienen una diferencia de carácter fundamental respecto de sus pares orientales. Presentan un claro trasfondo aristocrático, muy diferente del carácter monárquico y teocrático de los mitos egipcios y mesopotámicos. Ello era el reflejo de una realidad sociopolítica muy diferente, la polis, una comunidad en la que el poder no se encontraba concentrado en figuras individuales, sino que era el patrimonio común de una elite relativamente amplia, que competía entre sí para obtener honor, gloria y posiciones de poder pero dentro de reglas de juego establecidas. Esta visión es claramente reconocible en los poemas homéricos, signados por el culto a las figuras heroicas.

A partir del siglo VIII a.C., una serie de complejos procesos militares, sociales y económicos comenzaron a transformar el mundo griego. El crecimiento demográfico y los reclamos de mayor participación por parte de estratos campesinos acomodados produjeron una serie de convulsiones internas que afectó profundamente a las póleis. Una de las respuestas ante esta situación fue un intenso movimiento colonizador, que llevó a la fundación de ciudades griegas en todas las costas de Mediterráneo. En este contexto de expansión geográfica y cambio político se desarrollan nuevas perspectivas para explicar el mundo que rompen con la visión del mito. Se trata de un acontecimiento fundamental de la historia universal, pues es la primera vez que se proponen explicaciones empírico- racionales para los fenómenos.

Este paulatino movimiento hacia explicaciones racionales es ilustrado por los que se conocen normalmente como los “filósofos presocráticos”. Una figura representativa que puede destacarse a modo de ejemplo es Tales de Mileto, quien vivió aproximadamente entre el 620 y el 540 a.C., y quien fuera uno de los primeros en exponer una explicación alternativa al mito para los fenómenos naturales, buscando establecer relaciones racionales de causa y efecto entre diferentes fenómenos. Pero Tales es sólo un ejemplo dentro de todo un movimiento de pensadores críticos . El foco central de este movimiento fueron las ciudades griegas de Jonia, es decir, de la costa del Asia menor. Como enclave griego en contacto con diversas culturas del Oriente, estas ciudades estaban especialmente bien ubicadas para dar origen a una tradición crítica.

El ascenso de este nuevo tipo de explicaciones no produjo un automático declive de la visión mítica. Al contrario, esta fue conservada con nuevo vigor una vez que sus contradicciones y su contenido fantástico fue sujeto a interpretaciones racionalistas. Las épicas menores que se produjeron en este período testifican esa tendencia a explicar y completar los poemas homéricos y los ciclos míticos tradicionales, siendo otro ejemplo del avance de un espíritu crítico.

Es en este contexto de desarrollo de explicaciones racionales que debe entenderse la aparición de los primeros escritos de tipo historiográfico. Como decía a principios del siglo XX el gran historiador J. B. Bury, “los griegos no fueron los primeros en cronicar los asuntos humanos. Pero fueron los primeros en aplicarles una crítica racional y esto significa que crearon la historiografía.”

El mundo según Hecateo

2 – El aporte de los logógrafos

La aparición específica de las primeras obras historiográficas vino de la mano del creciente interés geográfico y etnográfico que generó la expansión colonial griega. El contacto con nuevas realidades y con pueblos y culturas diferentes posibilitó un cierto distanciamiento de las propias tradiciones y llevó a cuestionar en muchos aspectos a las versiones transmitidas por los propios mitos. Este proceso es claramente visible en las obras de los que se denominan como “logógrafos”. Se trató de diversos autores de escritos geográficos y etnográficos que sistematizaron la nueva información disponible en un período caracterizado por contactos más intensos con otros pueblos del Mediterráneo. Para la historiografía, el más significativo es Hecateo de Mileto (c.550-c.476 a.C.). Hecateo fue, ante todo, un geógrafo cuyo propósito principal era presentar una descripción del mundo conocido en sus numerosos viajes de exploración. Más allá de este interés prioritario, el contacto con otras culturas y otras explicaciones del mundo lo llevaron a cuestionar las versiones imperantes entre los griegos. Ello es claramente visible en un célebre pasaje en que Heródoto se refiere a una anécdota reportada por el propio Hecateo.

2.143 Contaré un suceso curioso. Hallándose en Tebas, antes que yo pensara en pasar allá, el historiador Hecateo, empezó a declarar su ascendencia, haciendo derivar su casa de un dios, que era el decimosexto de sus abuelos. Con esta ocasión hicieron con él los sacerdotes de Júpiter Tebeo lo mismo que practicaron después conmigo, aunque no deslindase mi genealogía, pues me entraron en un gran templo y me fueron enseñando tantos colosos de madera cuantos son los sumos sacerdotes que, como expresé, han existido, pues sabido es que cada cual coloca allí su imagen mientras vive. Iban, pues, mis conductores contando y mostrándome por orden las estatuas, diciendo: —«Este es el hijo del que acabamos de mirar, como puedes verlo, por lo que se parece a su inmediato predecesor;» y de este modo me hicieron reconocer las efigies y recorrerlas de una en una. Algo más hicieron con Hecateo, pues como él se envaneciera de su ascendencia, haciéndose proceder de un dios, su antepasado, le dieron en ojos con la serie y generación de sus sacerdotes, no queriendo sufrirle la suposición de que un hombre pudiera haber nacido de un dios, y dándole cuenta, al deslindarle la sucesión de sus 345 colosos, que cada uno había sido no más un piromis, hijo de otro piromis (esto es, un hombre bueno hijo de otro, pues piromis equivale en griego a bueno y honrado), sin que ninguno de ellos descendiese de padre dios ni de héroe alguno. En fin, concluían que los representados por las estatuas que enseñaban habían sido todos grandes hombres, como decían, pero ninguno que de muy lejos fuera dios.

sábado, 20 de marzo de 2010

La historia antes de la historia (La historiografía - 1° parte)


Tablilla con un fragmento del poema de Gilgamesh

Todas las sociedades complejas han buscado una forma de preservar el conocimiento sobre su pasado. Los griegos consagraron a la investigación histórica como el mecanismo privilegiado para esa tarea, pero antes de que surgiera la historiografía hubo otras aproximaciones. En esta primera entrada de una nueva serie, veremos los métodos desarrollados por las primeras civilizaciones humanas.

El mito

Puede, sin duda, afirmarse que los pueblos sedentarios surgidos de lo que comúnmente se denomina como “revolución neolítica” tenían una clara concepción del tiempo. Un aspecto central de esa concepción era la oposición evidente entre la transitoriedad del ser humano individual y la permanencia del conjunto social. Se conocía, en consecuencia, la existencia de un pasado anterior a los más ancianos de los contemporáneos, es decir, una época de la que no existían referencias directas, sino sólo una “tradición”. En las primeras sociedades humanas sedentarias, esa tradición asumió, por lo general, la forma de un relato mítico, referido a un pasado fundacional y atemporal, situado más allá de la esfera de lo propiamente humano y que servía, a la vez, como explicación y legitimación del orden existente.

Antes de la difusión del uso de la escritura, estos relatos míticos tomaban generalmente la forma de poemas épicos orales, transmitidos de generación en generación sólo en base a la memoria humana y, por lo tanto, en permanente cambio y adaptación. Los ejemplos más conocidos son los poemas de Gilgamesh. El desarrollo de las ciudades, la aparición de diferencias sociales más acentuadas y la invención de la escritura llevaron a una sistematización del mundo mítico, que comenzó entonces a ser controlado por sacerdotes y gobernantes. Esa sistematización significó también una fijación de las versiones.

Lista real sumeria

Listas reales, anales y crónicas

La aparición del Estado implicó una importante complejización de la concepción del tiempo. Si bien el mito continuó plenamente vigente como legitimación y explicación del orden existente, la preservación del aparato estatal hizo necesario el desarrollo de nuevos mecanismos de registro de información cuya preservación se considera valiosa. Así aparecen los anales y las crónicas. La forma previa de ambas son las listas sacerdotales o reales que registran las sucesiones personales dentro de la clase dirigente. Su función es, indudablemente, tanto de legitimación como de registro, pues normalmente conectan a los soberanos contemporáneos con antepasados divinos o heroicos de los tiempos míticos. Un ejemplo especialmente conspicuo de este tipo de registros es la denominada “Lista real sumeria” que incluye los soberanos de Kish, Ur, Uruk y otras ciudades, junto con numerosos antepasados de carácter mítico.

Estela de Palermo

Las listas reales son pronto completadas con otras informaciones destacadas de cada reinado. Junto con los años que cada ocupante pasa en el trono, empiezan a registrarse acontecimientos notables dignos de ser recordados, como batallas, fenómenos naturales, rituales religiosos, culminación de construcciones, eventos políticos, etc. Los anales egipcios conservados fragmentariamente en la denominada “estela de Palermo” son el ejemplo más antiguo conocido de este desarrollo, datando aproximadamente del 2650 a.C., durante lo que se conoce como el Imperio antiguo. En ellos encontramos una lista de los faraones egipcios que combina a los gobernantes de las primeras dinastías con una serie de reyes míticos. El texto incluye, además, una mención de los acontecimientos más destacados de cada año de reinado. Veamos un pequeño fragmento de la sección referida al faraón Udimu, el primero en llevar el título de gobernante del Alto y Bajo Egipto.

(Año 18(?)). El año de (...) El Gran Blanco (?) (...)

(Año 19(?)). El año de golpear a los Asiáticos.

(Altura del Nilo): 5 codos.

(Año 20(?)). El año del (Festival del) Nacimiento de la Piel (de Anubis (?) o lmy-Ut) en el santuario «Las Dos Capillas».

(Altura del Nilo): (...) codos.

(Año 21(?)). El año de golpear al Pueblo del Chacal (?).

(Altura del Nilo): 6 codos, 1 palmo, 2 dedos.

(Año 22(?)). El año del Festival de Sokaris, en la fortaleza (llamada) «Compañero de los Dioses».

(Altura del Nilo) (...) codos (...)

(Año 28(?)). El año de la estancia (del rey (?)) en el Templo de Sau (o Ptah), en la ciudad de Heka (...)

(Altura del Nilo): 3 codos, 1 palmo, 2 dedos.

(Año 29(?)). El año de golpear a los Trogloditas (Intyu).

(Altura del Nilo): 4 codos, 1 palmo,

(Año 30(?)). El año de la Aparición del Rey del Alto Egipto, y de la Aparición del Rey del Bajo Egipto, en la Fiesta SEd.

(Altura del Nilo): 8 codos, 3 dedos.

(Año 31(?)): El año del Llenado(?) de todos los Lagos (?) de la gente del Oeste y del Este del Bajo Egipto.

(Altura del Nilo): 3 codos, 1 palmo.

(Año 32(?)): El año de (la celebración del) Festival Djet por segunda vez.

(Altura del Nilo): 5 codos, 2 palmos.

(Año 33(?)). El año del Festival de Sokaris (en) la fortaleza (llamada) «Los Tronos de los Dioses».

(Altura del Nilo): 5 codos, 1 palmo, 2 dedos.

Con el paso del tiempo los anales se vuelven más completos. El salto decisivo se da cuando de un simple registro de acontecimientos se pasa a una narración de lo acontecido en un año. Este cambio puede verse ya completamente realizado en las crónicas del faraón Tutmosis III, conservadas en monumentales inscripciones en el templo de Amón en Karnak y que presentan un detallado relato de sus campañas militares.

A pesar de su gran desarrollo, las crónicas orientales nunca alcanzaron el nivel que corresponde a lo que propiamente denominamos historiografía. La intención de recordar el pasado siempre estuvo asociada a motivos religiosos o políticos, y a la necesidad de producir relatos legitimadores del orden existente.