domingo, 19 de diciembre de 2010

El mito de Edipo según Higino

La mitología clásica ha ejercido una perenne fascinación sobre la cultura occidental. Las antiguas historias de los dioses y héroes griegos conforman un núcleo siempre activo y vigente, cuyos temas son continuamente adaptados para, y recibidos por, nuevos públicos. Públicos que son rápidamente seducidos por el misterioso encanto poético y la profundidad de sus relatos. A partir de los siglos finales de la Edad Media y del inicio del Renacimiento, el arte plástico, la literatura y la música han producido nuevamente obras brillantes inspiradas en temas míticos y han contribuido a hacer de la mitología una corriente viva y una fuente de inspiración significativa. Asociados con la impronta decisiva que el humanismo renacentista tuvo en el mundo literario y artístico en general, los antiguos mitos griegos (y romanos) volvieron una vez más a ser clásicos. Desde entonces, su influencia siempre creciente se hizo patente en el siglo XX incluso en campos disciplinares tan relevantes como la antropología o el psicoanálisis. Es a esta última disciplina que le debe su gran popularidad el antiguo mito de Edipo, una de las más fascinantes historias griegas.

Como todos los mitos griegos, el de Edipo conoció en el mundo antiguo infinidad de versiones. Me parece especialmente atractiva la del autor romano Higino, que seduce por su brevedad y contundencia:

LAYO

A Layo, hijo de Lábdaco, le había sido profetizado por Apolo que se cuidara de la muerte por mano de un hijo propio. Así, Yocasta, hija de Menoceo y esposa suya, habiendo parido, ordenó que el niño fuera abandonado. Peribea, esposa del rey Polibo, mientras lavaba en la costa un vestido, encontró al niño abandonado. Sabiéndolo Polibo, como estaban privados de descendencia, decidió criarlo como suyo y, puesto que tenía los pies atravesados, lo llamaron “Edipo”, es decir, “pies hinchados”.


EDIPO

 Cuando Edipo, hijo de Layo y de Yocasta, llegó a la edad viril, era más fuerte que los demás y, por envidia, sus iguales le echaban en cara que él era sólo un súbdito de Pólibo y que por esto mismo Pólibo era tan clemente y él tan desvergonzado. Edipo creyó en la verdad de lo que le decían y se marchó hacia Delfos para averiguar del oráculo quienes eran sus verdaderos padres. Mientras tanto, a Layo se le había manifestado en prodigios que la muerte le llegaría de mano de su hijo. Cuando Layo partió hacia Delfos, se encontró con Edipo en el camino, al que sus escoltas le ordenaron que despejara la vía para el rey, pero Edipo sólo respondió con indiferencia. El rey lanzó los caballos contra Edipo y aplastó su pie con la rueda. Edipo, enfurecido y desconociendo que se trataba de su padre, lo derribo del carro y lo mató. Muerto Layo, Creonte hijo de Meneces ocupó el trono de Tebas. Mientras tanto la Esfinge, hija de Tifón, llegó a Beocia y comenzó a asolar los campos tebanos. Ella indicó al rey Creonte que si alguien interpretaba el acertijo que ella propusiera, se marcharía de allí, pero que si planteado el enigma no podía resolverlo, ella lo devoraría y de ningún modo saldría del territorio.
Habiendo escuchado esto, el rey proclamó que entregaría el trono y la mano de su hermana Yocasta a aquel que pudiera resolver el enigma de la esfinge. Muchos vinieron ambicionando el reino, pero fueron todos devorados por la esfinge. Edipo se presentó ante la esfinge y pudo resolver su acertijo, por lo que aquella se dio muerte a sí misma. Edipo recibió el trono paterno y tomó como esposa a Yocasta, ignorando que se trataba de su madre. De ella procreó a Eteocles, Polinices, Antígona e Ismene.
Entretanto, recayó sobre Tebas una profunda miseria. Por causa de los crímenes de Edipo todos los campos se volvieron estériles. Siendo interrogado por Edipo el adivino Tiresias acerca de la razón por la que Tebas era así atormentada, éste respondió que si alguien del linaje del dragón todavía vivía y moría por la ciudad, ésta se libraría de la pestilencia. Entonces Meneceo, padre de Yocasta, se lanzó desde las murallas. Mientras esto acontecía en Tebas, en Corinto Pólibo dejó el trono. Enterado de esto Edipo empezó sufrir creyendo que el que él consideraba su padre había muerto, y fue luego confirmado en su suposición por Peribea. Pero fue entonces cuando el viejo Menetes, el mismo que había sido encargado de abandonar a Edipo en su niñez, reconoció que se trataba del hijo de Layo por las cicatrices de sus pies y tobillos.
Edipo, enterado de todo y viéndose culpable de tantos abominables crímenes, extrajo dos agujas de los vestidos de su madre y se privó con ellas de la vista. Entregó el reino en años alternados a sus hijos y huyó a Tebas con su hija Antígona cono guía.

Traducción de Diego Márquez y Darío Sánchez

jueves, 9 de diciembre de 2010

Los inicios de la arqueología y la epigrafía en el Renacimiento


He escrito con frecuencia en esta página sobre Poggio Bracciolini, el genial humanista a quien debemos, entre tantas otras cosas, la conservación de una buena parte de la literatura clásica. El multifacético Poggio se destacó, también, como el iniciador del estudio histórico serio de las ruinas romanas. En su obra se conjuga por vez primera el estudio de los restos arquitectónicos con el análisis tanto de inscripciones, como de las informaciones proporcionadas por los textos clásicos, especialmente Vitruvio y Frontino. La primera parte de su tratado De Varietate Fortuna es la principal fuente de la que disponemos para conocer el estado de conservación de los monumentos de la ciudad en la primera parte del siglo XV. Esta parte de su obra es conocida normalmente bajo el título: Ruinarum urbis Romae descriptio. Pero como este título lo indica, Poggio ofrece sólo una descripción del estado de los monumentos antiguos en su tiempo, y no un estudio sobre el pasado de la ciudad de Roma. Especialmente interesantes son sus referencias a la destrucción permanente que experimentan los restos de los edificios antiguos, principalmente porque el mármol era quemado para transformarlo en cal, que era a su vez usada como materia prima para nuevas construcciones. 
Pese a los importantes méritos de Poggio, el título de primer estudioso de la arqueología y la epigrafía antigua corresponde a Ciriaco de Ancona (c.1391-c.1450). Miembro de una familia de comerciantes, Ciriaco fue en gran medida un autodidacta cautivado por la corriente humanista de la época. Ciriaco dedicó primero su atención a las inscripciones de su ciudad natal, y posteriormente recopiló muchas en Roma, donde también estudió los restos arqueológicos. Ciriaco aprendió griego en Constantinopla y recorrió todos los territorios griegos recopilando informaciones arqueológicas y copiando los textos de las inscripciones. Con el cuidado en su trabajo Ciriaco definió criterios de rigurosidad en la trascripción de los textos y en la descripción de la ubicación de la inscripción que representan un gran avance disciplinar. Lamentablemente los manuscritos de sus obras principales se han perdido. 
Un nuevo nivel en el estudio de las ruinas romanas es alcanzado por Flavio Biondo (1388-1463). Al igual que muchos de los humanistas de este período, Biondo se desempeña como secretario de la curia papal y aprovecha las posibilidades y el tiempo libre proporcionado por este puesto para sus extensas investigaciones. Su obra  Roma instaurata (3 vols. 1444-1446) marca la primera vez que se deja de lado la mera descripción de las ruinas romanas para concentrarse en la reconstrucción histórica de los monumentos y la sociedad antigua. Su obra Roma triunphans (1455-1463) es un detallado estudio de las instituciones políticas, militares y religiosas de la Roma antigua. Su Italia illustrata (1453) es una descripción de los monumentos antiguos de la totalidad de Italia. Pero es su obra Historiarum ab inclinatione Romanorum imperii decades (1435-1453) la que marca un nuevo nivel en la historiografía humanista. Con ella Biondo se erige en fundador de la historia de la Antigüedad tardía y la Edad Media. Biondo es todavía ante todo un erudito antes que un historiador, pero su minucioso trabajo servirá de base para las generaciones siguientes y será muy utilizado por historiadores posteriores.

jueves, 2 de diciembre de 2010

La gallinas del emperador Honorio

Roma fue saqueada en el año 410 por los godos de Alarico. Era la primera vez en 800 años que la ciudad sucumbía ante el poder de las armas enemigas. El acontecimiento generó un hondo impacto entre los contemporáneos, que todavía creían firmemente que Roma, la ciudad eterna, reinaría por siempre. Un claro ejemplo es el testimonio de San Jerónimo, quien en una de sus obras diría al respecto: In una urbe totus orbis interiit (en una ciudad perece el universo entero).

El emperador romano de Occidente, Honorio, no residía en Roma, sino en la más segura Ravenna. El historiador griego Procopio relata una interesante anécdota sobre como recibió la noticia de la toma de la ciudad:

Uno de sus eunucos se acercó y le dijo que Roma había perecido. Visiblemente impresionado el emperador gritó: "Y sin embargo, ha comido de mi mano hace unos instantes!" Porque él tenía una gallina muy grande, su favorita, llamada Roma. El eunuco comprendió la confusión y le dijo que era la ciudad de Roma la que había perecido a manos de Alarico. El emperador, con un suspiro de alivio, respondió rápidamente: "Pero yo, mi buen amigo, pensé que era mi gallina Roma la que había perecido." Tan grande, dicen, fue la locura con la que estaba poseído este emperador.

La historia es probablemente falsa. Su objetivo es evidentemente presentar una imagen decadente del imperio. La misma fue hecha famosa por el historiador Edward Gibbon e inspiró el excelente cuadro de John Williams Waterhouse que acompaña esta entrada: Las favoritas del emperador Honorio.