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martes, 16 de octubre de 2018

¿Pertenece el Islam temprano al mundo de la Antigüedad tardía?


Islam Antigüedad Tardía


La tesis tradicional del excepcionalismo islámico


La tesis tradicional, que podría denominarse del excepcionalismo islámico, considera al Islam como una creación completamente original, con escasa conexión con las tradiciones culturales del mundo antiguo y surgida de una región periférica al mundo mediterráneo, la península arábiga, que tenía pocos contactos con aquel. Para los partidarios de esta visión, el Islam se formó en Arabia, fuera del mundo de la Antigüedad tardía y sólo entró en este cuando ya se encontraba bien desarrollado, por lo que fue sólo ligeramente influido por el mismo.

El problema de esta tesis tradicional es que deja de lado la amplia evidencia que demuestra que Arabia para la época de Mahoma era -desde hacía mucho tiempo- una parte del mundo de la Antigüedad tardía. Arabia había atraído la atención de los imperios desde que la domesticación del camello hizo transitable su inhóspito territorio, permitiendo obtener de ella productos y, sobre todo, hábiles guerreros.

Espansión Islam Antigüedad tardía

La tesis continuista


La tesis tradicional ha sido desafiada en las últimas décadas por el enfoque continuista desarrollado en los estudios de la Antigüedad Tardía. Esta perspectiva revisionista destaca los fuertes punto de continuidad entre el Islam temprano y las tradiciones monoteístas imperialistas de Bizancio y del Imperio Sasanida. De hecho, en su énfasis en el monoteísmo, la piedad, las personas santas y en una visión apocalíptica de la historia, el Islam temprano es un buen representante de las tendencias religiosas imperantes en la Antigüedad tardía. 

Por otra parte, la cultura y el pensamiento griegos siguieron plenamente vivos y vigentes por varios siglos en el mundo islámico, un hecho que es puesto de manifiesto claramente, entre otras evidencias, por el denominado movimiento de las traducciones de textos griegos al árabe organizado durante el esplendor del califato abasí.

El enfoque que acentúa el origen tardoantiguo del Islam está ganando terreno en la actualidad. Ha sido muy popular entre los historiadores de la Antigüedad tardía, ya que amplía el alcance de su campo para incluir una nueva región geográfica, un nuevo fenómeno religioso, y un mayor espacio de tiempo. 

Esta visión sobre el Islam fue adoptada ya, de hecho, por el arquitecto de los estudios de la Antigüedad tardía, Peter Brown, en su clásico libro de 1971, El mundo de la Antigüedad tardía. Esta nueva perspectiva considera al temprano califato islámico como el último gran imperio burocrático en la tradición del mundo antiguo, que en muchos de sus dominios generó incluso un esplendor y un nivel de desarrollo económico nunca antes visto.

Un número creciente de historiadores del Islam apoyan ahora esta perspectiva, presentando el argumento de que la aparición del Islam tiene que ser entendida en el contexto amplio del Oriente Medio y ser visto como el resultado de un proceso de larga duración.

El gran problema para el estudio del Islam temprano es la falta de fuentes contemporáneas que brinden información sobre el proceso de conformación de esta comunidad religiosa. La historia tradicional de la vida y actividad de Mahoma adquiere forma escrita en un período posterior y la tradición es, sin duda, por lo menos, parcialmente elaborada lo que plantea el difícil problema de distinguir lo que es una creación posterior y los acontecimientos reales.

El Islam– ¿Nueva religión o movimiento reformista del monoteísmo tardoantiguo?


A partir de un riguroso análisis del texto mismo del Corán y de los testimonios más tempranos sobre el islam, el historiador Fred Donner ha propuesto la tesis de que Mahoma creo un movimiento de creyentes que, dada la considerable difusión previa del monoteísmo en la región puede ser caracterizado mejor como un movimiento de reforma antes que como una nueva y distinta confesión religiosa. Como este movimiento no fue al principio todavía una "religión" en el sentido de una confesión clara, los miembros de las religiones monoteístas establecidas podían unirse a ella sin tener necesariamente que renunciar a sus identidades como judíos o cristianos.

Fred Doner Mahoma y los creyentesDe hecho, el texto del Corán no hace referencia a “musulmanes” como una comunidad religiosa separada del resto, sino que habla simplemente de “creyentes”.

La evidencia del Corán sugiere que el movimiento de los primeros creyentes se centró en ideas bastante comunes en el ambiente religioso del Oriente tardoantiguo: el monoteísmo, la preparación para el día del Juicio, la fe en la profecía, y la observancia de un comportamiento justo que debía incluir la oración, la expiación de los pecados, el ayuno periódico, una actitud de caridad y humildad y, una intensa vivencia de la piedad religiosa en todos los aspectos de la vida. Los primeros seguidores de Mahoma se concibieron, sin duda, a sí mismos como los miembros de una nueva comunidad de monoteístas rigurosos y justos, pero no hay evidencia directa de que se consideraran como fundadores de una nueva confesión religiosa. Hay indicios de que judíos y cristianos podían, si respetaban las normas de piedad estipuladas por Mahoma, participar de la nueva comunidad, pues se los considera semejantes a los miembros del nuevo grupo al ser ellos también “gente del libro”. El movimiento de Mahoma se habría caracterizado así, por su carácter ecuménico.

Las tesis de Donner no son compartidas por otros especialistas, que señalan la contradicción entre la fe ecuménica presentada por este autor y la increíblemente rápida expansión de la fe por la fuerza de las armas. Para un historiador como Hugh Kennedy, por el contrario, la expansión del Islam tenía sus raíces en la dinámica de la unificación de la península arábiga lograda por Mahoma, donde la existencia de los beduinos dependía de las incursiones tribales. Una vez que las tribus se encontraron unidas por una fe común, esos ataques ya no estaban permitidos, por lo que esa violencia se canaliza ahora hacia el exterior en una serie arrolladora de conquistas externas. El móvil de la expansión fue entonces económico antes que religioso. 

Para Patricia Crone, finalmente, la novedad del Islam fue la unión de la idea de una fe universal con la de un imperio universal. Los tres autores mencionados coinciden, sin embargo, en que las conquistas precedieron las conversiones en masa, y que fue sólo hacia el final del siglo IX que los musulmanes constituyeron una mayoría de la población en los territorios conquistados.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Uno de los textos más enigmáticos de la Antigüedad, el anónimo Sobre asuntos militares (De rebus bellicis)


El De rebus bellicis (Sobre asuntos militares) es un pequeño texto dirigido a un emperador de la Antigüedad Tardía que presenta una serie de propuestas de reforma económica, política y, sobre todo militar para mejorar la capacidad defensiva del Imperio Romano ante los bárbaros. Desde su redescubrimiento en el Renacimiento ha fascinado a los lectores porque propone el uso de una serie de inventos bélicos únicos, curiosos y adelantados a su tiempo. La obra contiene una serie de ilustraciones que acompañan a sus propuestas. He elegido algunas para ilustrar esta entrada. Según parece estos “inventos” del autor anónimo de este tratado llegaron incluso a inspirar al genial Leonardo da Vinci.

 La datación y la interpretación de este pequeño tratado son intensamente discutidas, pero la mayoría de los investigadores ubican la obra en la época de los emperadores Valentiniano I y Valente (364-378 d.C.).
Si bien el autor se dirige a los emperadores resaltando la felicidad de su reinado, el sentimiento de que el Imperio Romano se encuentra ante una situación crítica que requiere la introducción de cambios profundos es claramente reconocible en la totalidad del texto. La creciente amenaza militar representada por los pueblos bárbaros y las dificultades del Estado para lidiar con la misma son mencionadas expresamente.

Los capítulos VI-XIX se abocan más específicamente a la descripción de toda una serie de máquinas o invenciones militares destinadas a mejorar la efectividad de las fuerzas romanas. Sus argumentos se basan en los beneficios que proporcionarían las mismas pero el tratamiento que se otorga a cada una es superficial. Las imágenes que acompañan esta entrada pueden transmitir una idea de sus inventos.
Uno solo de los inventos propuestos por el anónimo se distingue por su originalidad y por estar, en líneas generales, muy adelantado a su tiempo: su tipo especial de navío de guerra, una liburna con propulsión animal (la imagen que encabeza esta entrada). La flota romana se componía de galeras propulsadas a remo y vela. La nave presentada por el anónimo cuenta, por el contrario, con ruedas de propulsión en sus laterales. Su aspecto en la ilustración que acompaña el texto es ciertamente moderno. La fuerza motriz de las mismas es proporcionada por tracción animal, es decir, ¡por bueyes transportados en la nave! Más allá de algunas consideraciones generales sobre la efectividad y superioridad de este tipo de navío, no se presentan detalles sobre su funcionamiento, ni sobre el mecanismo que permitiría transformar la tracción animal en movimiento de propulsión, ni sobre la forma en que dicho mecanismo sería montado en la nave. Los conocimientos técnicos de la época hubieran hecho difícil que esta idea, a pesar de su modernidad, realmente pudiera ser llevada a la práctica.

Si queréis saber más sobre este texto, podéis encontrar aquí un artículo (de mi modesta autoría) al respecto: Consideraciones sobre el autor del De rebus bellicis.

jueves, 2 de diciembre de 2010

La gallinas del emperador Honorio

Roma fue saqueada en el año 410 por los godos de Alarico. Era la primera vez en 800 años que la ciudad sucumbía ante el poder de las armas enemigas. El acontecimiento generó un hondo impacto entre los contemporáneos, que todavía creían firmemente que Roma, la ciudad eterna, reinaría por siempre. Un claro ejemplo es el testimonio de San Jerónimo, quien en una de sus obras diría al respecto: In una urbe totus orbis interiit (en una ciudad perece el universo entero).

El emperador romano de Occidente, Honorio, no residía en Roma, sino en la más segura Ravenna. El historiador griego Procopio relata una interesante anécdota sobre como recibió la noticia de la toma de la ciudad:

Uno de sus eunucos se acercó y le dijo que Roma había perecido. Visiblemente impresionado el emperador gritó: "Y sin embargo, ha comido de mi mano hace unos instantes!" Porque él tenía una gallina muy grande, su favorita, llamada Roma. El eunuco comprendió la confusión y le dijo que era la ciudad de Roma la que había perecido a manos de Alarico. El emperador, con un suspiro de alivio, respondió rápidamente: "Pero yo, mi buen amigo, pensé que era mi gallina Roma la que había perecido." Tan grande, dicen, fue la locura con la que estaba poseído este emperador.

La historia es probablemente falsa. Su objetivo es evidentemente presentar una imagen decadente del imperio. La misma fue hecha famosa por el historiador Edward Gibbon e inspiró el excelente cuadro de John Williams Waterhouse que acompaña esta entrada: Las favoritas del emperador Honorio.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Peter Heather – La caída del Imperio Romano

The Fall of the Roman Empire: A New History of Rome and the Barbarians


Si bien no se trata de ninguna novedad editorial, hoy me permito recomendarles un libro que he leído recientemente

La caída del imperio romano se diferencia claramente de la línea historiográfica dominante en los estudios de las últimas décadas sobre el Bajo Imperio Romano, cuya figura principal es, sin duda, P. Brown. Dicha línea historiográfica ha estado orientada mayoritariamente hacia temas culturales y se ha caracterizado por una inevitable disgregación temática. Heather propone, por el contrario, una narrativa amplia, que abarca los principales procesos sociales, económicos y culturales, pero se concentra en el problema central de la historia político-militar del período: las causas de la desaparición del imperio romano de occidente. El eje central de la obra es el rechazo de la tesis que considera a factores internos (principalmente la transformación del imperio en un Estado autoritario con un peso impositivo asfixiante) como los causantes de la caída. Tesis expuesta en su forma clásica en las obras de M. Rostovzeff y A. H. M. Jones. Heather argumenta, por el contrario, a favor de los factores externos como preponderantes en ese proceso, en concreto: el impacto de los desplazamientos de los pueblos germánicos hacia el interior del imperio ante la avanzada de los hunos.


En una primera parte de la obra (“La pax romana”), Heather analiza la evolución que llevó al imperio romano, tras sobrevivir la crisis del siglo III, a asumir su forma tardoantigua característica, acentuando que esa transformación no implicó una disminución significativa en la eficiencia y capacidad de su aparato estatal. La segunda parte, “La crisis”, constituye el núcleo central de la obra. Heather expone aquí en forma detallada la compleja serie de eventos desencadenada por la expansión del poderío huno en la estepa euroasiática. El ingreso de los godos, inicialmente como refugiados, al territorio imperial y la posterior catástrofe militar representada por la derrota del ejército romano en la batalla de Adrianópolis (378) marcan el inicio de un proceso de deterioro de la capacidad militar romana. Los godos constituirán el primer poder independiente con control territorial dentro del imperio. La segunda oleada de invasiones (c.405-408) llevará a la creación de otros poderes germánicos autónomos, que substraerán en forma creciente al Estado romano occidental sus recursos fiscales, afectando su capacidad de reacción militar en forma decisiva. La conformación de un imperio huno controlado por el liderazgo de Atila produjo, en opinión de Heather, una relativa estabilización de la situación, pero su disgregación tras la muerte de esta carismática figura produjo nuevos desplazamientos migratorios, a los que el Estado romano no podía presentar una respuesta militar adecuada.

La tercera y última parte, “La caída de los imperios”, analiza la desaparición del imperio huno y la incapacidad final del territorialmente disminuido imperio romano de occidente de recuperar las provincias bajo el control de los nuevos reinos germánicos. La deposición del último emperador, Rómulo Augústulo, en 476 sólo certificó la defunción de un imperio ya inexistente. Para Heather los efectos de la creación de poderes germánicos autónomos en suelo romano fueron –como ya se indicó– los factores determinantes en el proceso que llevó a la caída del imperio romano occidental, pero no por ello deja él de reconocer la gran contribución al mismo de las limitaciones políticas y burocráticas de la estructura estatal del imperio tardoantiguo.

jueves, 30 de septiembre de 2010

La tristeza de haber sido feliz

Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio fue un distinguido filósofo romano de la Antigüedad tardía. Miembro de un afamado linaje aristocrático, contaba a numerosos cónsules e, incluso, a algunos emperadores, entre sus antepasados. A pesar de que nació (en el 481 d.C.) después de la caída del Imperio Romano de Occidente, Boecio llevó una vida típica para un miembro de la elite senatorial, llegando a ocupar él mismo el consulado (en el 510 d.C.), preservado todavía como reliquia del pasado en el reino de los ostrogodos.

Boecio llegó a ocupar los puestos más altos en el entorno del rey ostrogodo Teodórico el Grande, pero por las intrigas de sus rivales políticos perdió la confianza del soberano y fue arrestado. Tras un año en prisión, fue brutalmente ejecutado. Mientras aguardaba su trágico destino, Boecio compuso en prisión una de las obras maestras del pensamiento occidental: La consolación de la filosofía.

La obra toma la forma de un extenso diálogo entre el propio Boecio y la Filosofía, representada como un personaje femenino que se le aparece para explicarle el problema del destino, es decir, por qué los malvados logran recompensa y los justos sufren castigo. Filosofía intenta suavizar el padecimiento de Boecio demostrándole que la verdadera felicidad consiste en el desprecio de los bienes mundanos  y en la posesión de otro imperecedero, que coincide con la Providencia universal que gobierna todas las cosas.

Es un libro impactante, cuya lectura no puede dejar de conmover. No se trata de un frío ejercicio teórico, Boecio busca en la filosofía respuestas ante una realidad amenazante que se aproxima inexorable. La propia experiencia de haber dejado las cimas del poder para ser humillado de la peor manera imaginable es la prueba irrefutable de la volubilidad de los asuntos humanos y de los caprichos de la fortuna. Como lo dice el mismo Boecio en una cita que se ha vuelto célebre:

Nam in omni adversitate fortunae infelicissimum genus est infortunii, fuisse felicem

Porque en todos los reveses de la fortuna el pesar que más agobia es el haber sido feliz

viernes, 23 de julio de 2010

¿Qué es la Antigüedad tardía?



Busto de un emperador de la Antigüedad Tardía
El período comprendido entre el 200 y el 600 d.C. es comúnmente denominado en la historiografía como Antigüedad Tardía, nombre con el que se pretende salvar el duro problema de clasificación que para la ciencia histórica representan esos siglos ubicados entre la Antigüedad clásica y la Edad Media, pero sin corresponder, sin embargo, exactamente a las características de ninguno de ellos. Es quizá por eso que han intrigado y atraído tanto a los historiadores. Las radicalmente diversas interpretaciones, clasificaciones, y valoraciones que ellos realizaron respecto de las problemáticas de estos 500 años, son una prueba más, si es que ésta es necesaria, de la irreductible complejidad de los procesos sociales que esos siglos albergaron, como así también de su riqueza y originalidad.
Con el renacimiento y su revalorización de la Antigüedad Clásica, se echaron las bases de una tradición historiográfica que conocería gran éxito y continuidad en los siglos posteriores, marcando las formas en que la Antigüedad tardía sería interpretada a partir de entonces. Para los humanistas del quattrocento, admiradores devotos de la República Romana, nada posterior al “Siglo de Augusto” o, en todo caso, al principado de los Antoninos merecía ser rescatado. El período que comenzaba con el siglo III era visto como el inicio de una acentuada decadencia que se generalizaba a todos los aspectos de la vida y la cultura, culminando en el derrumbe -por intermedio de los pueblos bárbaros- de un imperio ya largamente corrompido.
La Ilustración retomaría y potenciaría esta línea garantizando su continuidad en las obras de numerosos historiadores del siglo XVIII y XIX. Sería Montesquieu con su clásico opúsculo, Consideraciones acerca de las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia, quien otorgaría especial energía, atractivo y difusión a la tesis de la decadencia, que sería fervorosamente apoyada por un neoclasicismo en auge. Pero sería Edward Gibbon quien, retomando la premisa de Montesquieu, llevaría esta corriente a su máximo desarrollo. Con su monumental obra Decadencia y caída del Imperio Romano -trabajo gigantesco en volumen, erudición y argumentación- se consagraría la visión, no desprovista de cierto estilismo romántico, de una civilización avanzando hacia su inevitable ocaso por un camino de progresivo declive y corrupción. Para Gibbon la señal ineludible de la decadencia era el avance de la religión cristiana, que en su espíritu racionalista e ilustrado era el sinónimo de la barbarie.
Mosaico tardoantiguo

Desde mediados del siglo XX, han sido numerosas las voces que se han alzado contra esta interpretación excesivamente unilateral, incapaz de entender la originalidad y creatividad que marcan los cambios y transformaciones de este período. El estudio del arte tardorromano, de la escultura, la pintura y la literatura; el estudio de los orígenes, la consolidación y la organización eclesiástica del cristianismo, el de la profundidad y éxito de las reformas del imperio por Diocleciano y Constantino, entre muchos otros campos de investigación, marcaron el camino a la revalorización de la Antigüedad Tardía, a una reconsideración de su importancia, originalidad, y, sobretodo, de su complejidad, incapaz de ser reducida a la burda simplificación de la decadencia o las edades oscuras.
De la numerosa lista de historiadores que han participado de esta renovación historiográfica, todavía parcial, me limito a señalar al destacado investigador francés H. I. Marrou, que como especialista en la Antigüedad Tardía y también en el agustinismo, dedicó grandes esfuerzos a combatir la parcial y errónea imagen de decadencia impuesta al mundo tardorromano. En sus propias palabras:
...la Antigüedad tardía no es solamente la última fase de un desarrollo continuo, sino otra Antigüedad, otra civilización, que hay que aprender a reconocer en su originalidad y a juzgar por sí misma y no a través de los cánones de anteriores edades

Para saber más sobre Antigüedad tardía visita mi blog Mundo Tardoantiguo