martes, 9 de septiembre de 2008

Concedo nulli


No cedo ante nadie



Los romanos adoraban en la figura del dios Terminus el carácter sagrado de los mojones o piedras para fijar límites entre territorios o propiedades. Según la leyenda (Livio, 1.55), cuando el rey Tarquino comenzó la construcción del templo de Júpiter en el Capitolio, se ordenó la remoción de los altares y santuarios de todos los dioses que eran adorados allí, para que el área quedara consagra exclusivamente al rey de los dioses. Todos fueron trasladados sin problemas, con excepción de una piedra en la que se rendía culto a Terminus, que no pudo ser quitada al ser contrarios los auspicios reconocidos en el vuelo de las aves. Los romanos vieron en este hecho una manifestación del dios y dejaron la roca en el interior del templo. De allí la expresión “no cedo ante nadie”, pues Terminus se había negado a ceder ante el mismísimo Júpiter.

Este hecho fue interpretado como un augurio de que el dominio de Roma sería firme y duradero. La profecía se demostró válida por siglos. Pero cuando Roma fue saqueada por los bárbaros en el año 410 d.C. y su poder se tambaleaba, la eficacia de los dioses tradicionales quedó en duda. San Agustín discutió entonces, en páginas llenas de ironía, la validez de estas creencias.



La celebridad de la frase concedo nulli se debe -como en tantos otros casos- a Erasmo, quien la tomó en 1509 como lema personal, adoptando al antiguo dios Terminus como su emblema. El joven Erasmo se encontraba por entonces en Italia, y empezaba a gozar de reconocimiento internacional por sus trabajos y capacidades. Aparentemente, Erasmo recibió como obsequió de su discípulo Alexander Stewart una gema antigua con la representación del dios Término y fue esto lo que lo inspiró a tomar la imagen del dios y la cita latina aquí comentada como emblemas de su sello personal. Los mismos aparecen en una famosa medalla conmemorativa acuñada para Erasmo, cuya imagen antecede este párrafo. Erasmo es también representado junto al dios Término en el siguiente grabado de Holbein.



Los enemigos de Erasmo, de los que siempre tuvo en abundancia, vieron esto como un gesto de insoportable arrogancia y esta pretensión de primacía fue duramente criticada. Finalmente, en 1528 Erasmo redactó una carta justificando su elección de este lema e intentando desarmar a sus críticos: la “epistola apologetica de Termini sui inscriptione concedo nulli”. Allí el gran humanista declaraba que la expresión no representaba sus propias palabras, sino las de la muerte, el único verdadero término que no cedía ante nadie. Pero esta explicación no satisfizo a sus enemigos. Escrita casi veinte años después de la estadía original de Erasmo en Italia, la misma parece, de hecho, una reelaboración posterior. La humildad nunca fue una de sus grandes virtudes. La posteridad ha sido, sin embargo, más benigna a la hora de juzgar a Erasmo de lo que lo fueron sus contemporáneos. Con justa razón.