viernes, 19 de febrero de 2010

Valerio Massimo Manfredi – El ejército perdido


Para quien se dedica profesionalmente al estudio del pasado, la lectura de novelas históricas deja de ser agradable cuando el autor pretende hacernos creer cosas que el especialista sabe imposibles. Ello sucede a menudo. Podrá parecer pedante, pero es un vicio profesional inevitable. Por el contrario, cuando el autor sabe conjugar los datos conocidos con una trama de ficción interesante, con personajes creíbles y acordes a su contexto, entonces la lectura produce un placer especial. Ese el caso con la novela El ejército perdido de Valerio Massimo Manfredi, que acabo de leer por estos días. Me acerque a ella, lo confieso, con algo de desconfianza, pues nunca encuentro a los Bestsellers muy de mi gusto, pero mis reservas no se vieron confirmadas. El autor italiano conjuga una formación profesional en arqueología e historia clásica con una pluma singularmente prolífica y una gran habilidad para combinar realidad y ficción. Ello le ha valido una larga serie de éxitos de ventas internacionales e, incluso, una película.

En El ejército perdido, Manfredi nos presenta una nueva versión de la historia de los diez mil, los mercenarios griegos que pelearon por Ciro el joven en su intento de arrebatar el trono persa de su hermano Artajerjes y que debieron realizar una heroica retirada por varios miles de kilómetros de territorio hostil tras la muerte de Ciro en la batalla de Cunaxa. Poseemos un detallado relato de uno de los protagonistas, el ateniense Jenofonte, su célebre Anábasis. Manfredi relata la historia desde un ángulo nuevo al poner la narración en boca de una mujer, Abira, un personaje ficticio inspirado en aquellas mujeres que siguieron a los soldados griegos en su prodigiosa aventura pero sin recibir casi ninguna mención en las fuentes del período. La novela de Manfredi tiene entonces el encanto de un libro de historia que nos informa sobre un período dramático de las relaciones entre griegos y persas. A ello se suma la habilidad del autor, que le permite combinar con los sucesos históricos una apasionada historia de amor y una intriga política que mantiene al lector en suspenso hasta las últimas páginas. Por supuesto, el libro no carece de algunos puntos flojos, como pueden serlo algunos personajes demasiado estereotipados, o algunos elementos románticos un poco triviales, pero la impresión, en general, es positiva. Sin embargo, para aquellos que no lo hicieron, creo que es mejor invertir el tiempo en leer primero la Anábasis de Jenofonte, una obra maestra que tiene toda la intriga de una novela.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Res non verba - ¿Las vacas no hablan?


Hechos, no palabras

Res non verba no significa –como muchos malintencionados afirman y otros tantos ingenuos repiten– “las vacas no hablan”, sino “hechos, no palabras”. Esa cómica traducción, muy difundida en Internet, tiene, sin embargo, una inesperada relación con el original. Las vacas, mudas como los hechos, representan las realidades percibidas como innegables por el sentido común, mientras que las palabras muchas veces se hilvanan en discursos empecinados en negar lo evidente. Por supuesto, desde lo que se da en llamar “postmodernidad”, la entidad separada de hechos y palabras ya no puede afirmarse sin reparos, pero tales pensamientos no complicaban la vida de los romanos.

Bromas aparte, pocas frases representan como ésta en forma tan concentrada el espíritu pragmático de la mentalidad romana. Estas palabras se atribuyen a Catón el Viejo, un senador del siglo II a.C., cuyo nombre vendría con el tiempo a simbolizar las virtudes de frugalidad, coraje, determinación y trabajo que los romanos más apreciaban y que, según creían, les habían permitido conquistar su imperio. Para los ciudadanos de la gran urbe del Lacio, res non verba era un principio que se aplicaba, sobre todo pero de ningún modo exclusivamente, a su forma de concebir la política. Ello tenía, sin duda, un costado brutal, que sufrieron los pueblos conquistados. Los romanos no les dedicaron muchas palabras, sino sólo hechos, y cargados de violencia. A pesar de este lado oscuro, no puedo evitar muchas veces añorar la idea expresada por esta frase, pues a menudo, la política contemporánea transmite la impresión de que el único hecho son las palabras. Creo que los romanos y las vacas coincidirían conmigo, esto es, si ellas pudieran hablar.