1 - El surgimiento del espíritu crítico
La cultura griega es el resultado de una combinación de aportes de los pueblos orientales con desarrollos autóctonos. Antes de la difusión de la escritura, el mito cumplió aquí, con singular belleza poética la función fundamental de explicar y sancionar el orden existente. Al igual que en Oriente, el mito dio origen a toda una serie de poemas épicos transmitidos oralmente, que culminan en la sistematización de la Ilíada y la Odisea como sus mayores relatos. Pero los mitos griegos tienen una diferencia de carácter fundamental respecto de sus pares orientales. Presentan un claro trasfondo aristocrático, muy diferente del carácter monárquico y teocrático de los mitos egipcios y mesopotámicos. Ello era el reflejo de una realidad sociopolítica muy diferente, la polis, una comunidad en la que el poder no se encontraba concentrado en figuras individuales, sino que era el patrimonio común de una elite relativamente amplia, que competía entre sí para obtener honor, gloria y posiciones de poder pero dentro de reglas de juego establecidas. Esta visión es claramente reconocible en los poemas homéricos, signados por el culto a las figuras heroicas.
A partir del siglo VIII a.C., una serie de complejos procesos militares, sociales y económicos comenzaron a transformar el mundo griego. El crecimiento demográfico y los reclamos de mayor participación por parte de estratos campesinos acomodados produjeron una serie de convulsiones internas que afectó profundamente a las póleis. Una de las respuestas ante esta situación fue un intenso movimiento colonizador, que llevó a la fundación de ciudades griegas en todas las costas de Mediterráneo. En este contexto de expansión geográfica y cambio político se desarrollan nuevas perspectivas para explicar el mundo que rompen con la visión del mito. Se trata de un acontecimiento fundamental de la historia universal, pues es la primera vez que se proponen explicaciones empírico- racionales para los fenómenos.
Este paulatino movimiento hacia explicaciones racionales es ilustrado por los que se conocen normalmente como los “filósofos presocráticos”. Una figura representativa que puede destacarse a modo de ejemplo es Tales de Mileto, quien vivió aproximadamente entre el 620 y el 540 a.C., y quien fuera uno de los primeros en exponer una explicación alternativa al mito para los fenómenos naturales, buscando establecer relaciones racionales de causa y efecto entre diferentes fenómenos. Pero Tales es sólo un ejemplo dentro de todo un movimiento de pensadores críticos . El foco central de este movimiento fueron las ciudades griegas de Jonia, es decir, de la costa del Asia menor. Como enclave griego en contacto con diversas culturas del Oriente, estas ciudades estaban especialmente bien ubicadas para dar origen a una tradición crítica.
El ascenso de este nuevo tipo de explicaciones no produjo un automático declive de la visión mítica. Al contrario, esta fue conservada con nuevo vigor una vez que sus contradicciones y su contenido fantástico fue sujeto a interpretaciones racionalistas. Las épicas menores que se produjeron en este período testifican esa tendencia a explicar y completar los poemas homéricos y los ciclos míticos tradicionales, siendo otro ejemplo del avance de un espíritu crítico.
Es en este contexto de desarrollo de explicaciones racionales que debe entenderse la aparición de los primeros escritos de tipo historiográfico. Como decía a principios del siglo XX el gran historiador J. B. Bury, “los griegos no fueron los primeros en cronicar los asuntos humanos. Pero fueron los primeros en aplicarles una crítica racional y esto significa que crearon la historiografía.”
2 – El aporte de los logógrafos
La aparición específica de las primeras obras historiográficas vino de la mano del creciente interés geográfico y etnográfico que generó la expansión colonial griega. El contacto con nuevas realidades y con pueblos y culturas diferentes posibilitó un cierto distanciamiento de las propias tradiciones y llevó a cuestionar en muchos aspectos a las versiones transmitidas por los propios mitos. Este proceso es claramente visible en las obras de los que se denominan como “logógrafos”. Se trató de diversos autores de escritos geográficos y etnográficos que sistematizaron la nueva información disponible en un período caracterizado por contactos más intensos con otros pueblos del Mediterráneo. Para la historiografía, el más significativo es Hecateo de Mileto (c.550-c.476 a.C.). Hecateo fue, ante todo, un geógrafo cuyo propósito principal era presentar una descripción del mundo conocido en sus numerosos viajes de exploración. Más allá de este interés prioritario, el contacto con otras culturas y otras explicaciones del mundo lo llevaron a cuestionar las versiones imperantes entre los griegos. Ello es claramente visible en un célebre pasaje en que Heródoto se refiere a una anécdota reportada por el propio Hecateo.
2.143 Contaré un suceso curioso. Hallándose en Tebas, antes que yo pensara en pasar allá, el historiador Hecateo, empezó a declarar su ascendencia, haciendo derivar su casa de un dios, que era el decimosexto de sus abuelos. Con esta ocasión hicieron con él los sacerdotes de Júpiter Tebeo lo mismo que practicaron después conmigo, aunque no deslindase mi genealogía, pues me entraron en un gran templo y me fueron enseñando tantos colosos de madera cuantos son los sumos sacerdotes que, como expresé, han existido, pues sabido es que cada cual coloca allí su imagen mientras vive. Iban, pues, mis conductores contando y mostrándome por orden las estatuas, diciendo: —«Este es el hijo del que acabamos de mirar, como puedes verlo, por lo que se parece a su inmediato predecesor;» y de este modo me hicieron reconocer las efigies y recorrerlas de una en una. Algo más hicieron con Hecateo, pues como él se envaneciera de su ascendencia, haciéndose proceder de un dios, su antepasado, le dieron en ojos con la serie y generación de sus sacerdotes, no queriendo sufrirle la suposición de que un hombre pudiera haber nacido de un dios, y dándole cuenta, al deslindarle la sucesión de sus 345 colosos, que cada uno había sido no más un piromis, hijo de otro piromis (esto es, un hombre bueno hijo de otro, pues piromis equivale en griego a bueno y honrado), sin que ninguno de ellos descendiese de padre dios ni de héroe alguno. En fin, concluían que los representados por las estatuas que enseñaban habían sido todos grandes hombres, como decían, pero ninguno que de muy lejos fuera dios.
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