domingo, 9 de enero de 2011

Patria est, ubicumque est bene

La patria está allí, donde uno se encuentra bien.
Cicerón, Disputaciones Tusculanas, 5, 37, 108.


Para los antiguos romanos la patria era la tierra de los patres, es decir, de los antepasados. A medida que Roma construyó su imperio anexando vastos territorios, esa concepción comenzó a cambiar. La patria pasó entonces a ser, sobre todo, una entidad cultural, una referencia a una comunidad compartida de valores y creencias. Esa concepción fue la que justificó la práctica romana de concesión generosa de la ciudadanía a los pueblos conquistados. Adoptar la ciudadanía romana significaba ingresar a una comunidad, adquirir una nueva patria. Fue este uso de la ciudadanía lo que permitió a Roma movilizar los recursos demográficos de los pueblos conquistados para renovar sus ejércitos y ampliar así su capacidad de conquista. Fue también uno de los factores que explican la rápida expansión de su cultura en los nuevos dominios. Esas fueron las claves que le permitieron construir su imperio.

El concepto de patria fue relativizado también por el pensamiento filosófico del mundo antiguo. Para los epicúreos, con su ética hedonista, un hombre sólo podía considerar como patria al lugar en el que podía estar bien. Esa es la idea que Cicerón reproduce en su cita. El estoicismo igualmente contribuyó, desde otra perspectiva, a una visión más amplia de la patria. Retomando una idea de Sócrates, los estoicos afirmaban que todos los hombres, como seres racionales, eran en última instancia ciudadanos del universo entero, es decir, cosmopolitas. Una idea que se volvería muy exitosa en los primeros siglos de nuestra era, cuando el Imperio Romano parecía abarcar casi todo el mundo conocido.

La modernidad marcó una fuerte ruptura con la tradición antigua en este punto. El surgimiento de los estados nacionales estuvo signado por una vuelta a concepciones mucho más restringidas de la ciudadanía y de la patria. Las consecuencias en el siglo XX fueron catastróficas. Todavía vivimos, sin embargo, en una época llena de desprecio para la figura del inmigrante. El que parte de su tierra natal huyendo de la pobreza o la guerra o en busca de seguridad y mejores oportunidades es visto con desconfianza y rechazo. La potencial ganancia que los nuevos ciudadanos representan para sus países de adopción parece olvidada.