sábado, 13 de agosto de 2011

Lorenzo Valla – Un genio poco conocido del Renacimiento

Cuando pensamos en el Renacimiento italiano, inmediatamente nos vienen a la mente figuras como Leonardo Da Vinci, Miguel Angel o Rafael. Pero el esplendor de la época no pasó sólo por las artes plásticas, sino que tuvo su centro en el mundo de las letras y el pensamiento. En esta entrada quiero presentaros la figura de uno de los más grandes y menos conocidos genios del Renacimiento, el humanista, orador y filósofo Lorenzo Valla (1406-1457).


La obra de Valla se destaca por su originalidad e inconformismo frente a muchas de las ideas establecidas de su tiempo y en muchos aspectos se encuentra, incluso, adelantada a su época. Su vida no fue fácil, dado que su espíritu polémico y su extremo orgullo personal le ganarían incontables y encarnizados enemigos.

Nacido en Roma (hijo de un abogado de Piacenza), Valla creció en el estimulante ambiente intelectual de la curia papal, que contaba con la presencia de distinguidos humanistas como Poggio Bracciolini o Leonardo Bruni, con quien Valla tendría posibilidad de estudiar. El objetivo de su juventud fue ingresar como secretario a la curia papal, una posición que le habría proporcionado seguridad económica y abundante tiempo libre para desarrollar sus inquietudes intelectuales, pero algunos conflictos con miembros de la misma lo hicieron fracasar. 

Con tan sólo 24 años, Valla partió entonces para Pavia, donde su excepcional talento le ganó una designación como profesor de elocuencia en la universidad. Su estancia sería, sin embargo, corta, pues un enfrentamiento con los juristas determinó su alejamiento de esa casa de estudios. Tras ocupar brevemente varios puestos en distintas universidades, Valla entró al servicio del rey de Nápoles, Alfonso V de Aragón. Ya antes de llegar a Nápoles, Valla había atraído la atención de los intelectuales de su tiempo con su diálogo De voluptate (1433), en el que defendía una postura epicúrea sobre el placer, contraria a lo sostenido por las corrientes de estoicismo cristiano entonces imperante.

Fue durante sus años al servicio de Alfonso, que Valla escribió las obras fundamentales sobre las que se basa su reputación actual. En primer lugar, su tratado De elegantiis linguae latinae (1440), el primer análisis sistemático del estilo de los autores clásicos, y de las reglas para imitarlo. Sus modelos estilísticos son Cicerón y Quintiliano, mientras que el latín medieval es condenado en forma absoluta como completamente bárbaro. Pero este tratado es mucho más que un simple manual de estilo, es un estudio crítico de la lengua latina que proporciona por primera vez un sistema para el análisis de textos. Valla demostró su capacidad filológica en su edición de Tito Livo, muchas de las correcciones propuestas por él forman parte hoy en día del texto estándar de este autor.

El manuscrito del tratado sobre la donación de Constantino

Fue también durante su desempeño como secretario del rey de Nápoles, que Valla redactó su obra maestra, De falso credita et ementita Constantini donatione declamatio (1440). Se trata de una genial demostración de la falsedad de la “donación de Constantino” un documento conservado en diversas series de recopilaciones de decretos eclesiásticos medievales, y que consistía supuestamente en una sesión de parte del emperador Constantino del poder temporal sobre Roma y el Imperio Romano Occidental para el papa Silvestre y sus sucesores en la silla de San Pedro. Este documento era presentado por los papas como la fuente de legitimación de su poder temporal. Valla realiza un análisis histórico, político, filológico y jurídico para probar las contradicciones entre el documento y su supuesta época, como medio para rechazar en forma absoluta la autenticidad del mismo. Valla continuó aplicando el mismo método para probar la falsedad de otros textos aceptados por la iglesia, como por ejemplo una carta de Cristo citada por Eusebio.

El tratado de Valla sobre la donación de Constantino fue probablemente motivado por el enfrentamiento entre su patrón Alfonso y el papado. La protección del rey le permitió a su autor escapar a los intentos eclesiásticos de castigarlo como hereje. La figura de Valla demuestra el mucho menor poder de la inquisición en el siglo XV que en el período de la contrarreforma. La muerte del papa Eugenio IV en 1447 mejoró la posición de Valla, puesto que el nuevo papa Nicolás V, de formación humanista, convocó al rival de la iglesia para desempeñar una excelentemente remunerada posición como secretario apostólico. Valla ocupó en sus últimos años la cátedra de retórica en Roma y realizó por encargo del papa importantes traducciones de textos griegos al latín.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Uno de los textos más enigmáticos de la Antigüedad, el anónimo Sobre asuntos militares (De rebus bellicis)


El De rebus bellicis (Sobre asuntos militares) es un pequeño texto dirigido a un emperador de la Antigüedad Tardía que presenta una serie de propuestas de reforma económica, política y, sobre todo militar para mejorar la capacidad defensiva del Imperio Romano ante los bárbaros. Desde su redescubrimiento en el Renacimiento ha fascinado a los lectores porque propone el uso de una serie de inventos bélicos únicos, curiosos y adelantados a su tiempo. La obra contiene una serie de ilustraciones que acompañan a sus propuestas. He elegido algunas para ilustrar esta entrada. Según parece estos “inventos” del autor anónimo de este tratado llegaron incluso a inspirar al genial Leonardo da Vinci.

 La datación y la interpretación de este pequeño tratado son intensamente discutidas, pero la mayoría de los investigadores ubican la obra en la época de los emperadores Valentiniano I y Valente (364-378 d.C.).
Si bien el autor se dirige a los emperadores resaltando la felicidad de su reinado, el sentimiento de que el Imperio Romano se encuentra ante una situación crítica que requiere la introducción de cambios profundos es claramente reconocible en la totalidad del texto. La creciente amenaza militar representada por los pueblos bárbaros y las dificultades del Estado para lidiar con la misma son mencionadas expresamente.

Los capítulos VI-XIX se abocan más específicamente a la descripción de toda una serie de máquinas o invenciones militares destinadas a mejorar la efectividad de las fuerzas romanas. Sus argumentos se basan en los beneficios que proporcionarían las mismas pero el tratamiento que se otorga a cada una es superficial. Las imágenes que acompañan esta entrada pueden transmitir una idea de sus inventos.
Uno solo de los inventos propuestos por el anónimo se distingue por su originalidad y por estar, en líneas generales, muy adelantado a su tiempo: su tipo especial de navío de guerra, una liburna con propulsión animal (la imagen que encabeza esta entrada). La flota romana se componía de galeras propulsadas a remo y vela. La nave presentada por el anónimo cuenta, por el contrario, con ruedas de propulsión en sus laterales. Su aspecto en la ilustración que acompaña el texto es ciertamente moderno. La fuerza motriz de las mismas es proporcionada por tracción animal, es decir, ¡por bueyes transportados en la nave! Más allá de algunas consideraciones generales sobre la efectividad y superioridad de este tipo de navío, no se presentan detalles sobre su funcionamiento, ni sobre el mecanismo que permitiría transformar la tracción animal en movimiento de propulsión, ni sobre la forma en que dicho mecanismo sería montado en la nave. Los conocimientos técnicos de la época hubieran hecho difícil que esta idea, a pesar de su modernidad, realmente pudiera ser llevada a la práctica.

Si queréis saber más sobre este texto, podéis encontrar aquí un artículo (de mi modesta autoría) al respecto: Consideraciones sobre el autor del De rebus bellicis.