Roma fue saqueada en el año 410 por los godos de Alarico. Era la primera vez en 800 años que la ciudad sucumbía ante el poder de las armas enemigas. El acontecimiento generó un hondo impacto entre los contemporáneos, que todavía creían firmemente que Roma, la ciudad eterna, reinaría por siempre. Un claro ejemplo es el testimonio de San Jerónimo, quien en una de sus obras diría al respecto: In una urbe totus orbis interiit (en una ciudad perece el universo entero).
El emperador romano de Occidente, Honorio, no residía en Roma, sino en la más segura Ravenna. El historiador griego Procopio relata una interesante anécdota sobre como recibió la noticia de la toma de la ciudad:
Uno de sus eunucos se acercó y le dijo que Roma había perecido. Visiblemente impresionado el emperador gritó: "Y sin embargo, ha comido de mi mano hace unos instantes!" Porque él tenía una gallina muy grande, su favorita, llamada Roma. El eunuco comprendió la confusión y le dijo que era la ciudad de Roma la que había perecido a manos de Alarico. El emperador, con un suspiro de alivio, respondió rápidamente: "Pero yo, mi buen amigo, pensé que era mi gallina Roma la que había perecido." Tan grande, dicen, fue la locura con la que estaba poseído este emperador.
La historia es probablemente falsa. Su objetivo es evidentemente presentar una imagen decadente del imperio. La misma fue hecha famosa por el historiador Edward Gibbon e inspiró el excelente cuadro de John Williams Waterhouse que acompaña esta entrada: Las favoritas del emperador Honorio.
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