La mitología clásica ha ejercido una perenne fascinación sobre la cultura occidental. Las antiguas historias de los dioses y héroes griegos conforman un núcleo siempre activo y vigente, cuyos temas son continuamente adaptados para, y recibidos por, nuevos públicos. Públicos que son rápidamente seducidos por el misterioso encanto poético y la profundidad de sus relatos. A partir de los siglos finales de la Edad Media y del inicio del Renacimiento, el arte plástico, la literatura y la música han producido nuevamente obras brillantes inspiradas en temas míticos y han contribuido a hacer de la mitología una corriente viva y una fuente de inspiración significativa. Asociados con la impronta decisiva que el humanismo renacentista tuvo en el mundo literario y artístico en general, los antiguos mitos griegos (y romanos) volvieron una vez más a ser clásicos. Desde entonces, su influencia siempre creciente se hizo patente en el siglo XX incluso en campos disciplinares tan relevantes como la antropología o el psicoanálisis. Es a esta última disciplina que le debe su gran popularidad el antiguo mito de Edipo, una de las más fascinantes historias griegas.
Como todos los mitos griegos, el de Edipo conoció en el mundo antiguo infinidad de versiones. Me parece especialmente atractiva la del autor romano Higino, que seduce por su brevedad y contundencia:
A Layo, hijo de Lábdaco, le había sido profetizado por Apolo que se cuidara de la muerte por mano de un hijo propio. Así, Yocasta, hija de Menoceo y esposa suya, habiendo parido, ordenó que el niño fuera abandonado. Peribea, esposa del rey Polibo, mientras lavaba en la costa un vestido, encontró al niño abandonado. Sabiéndolo Polibo, como estaban privados de descendencia, decidió criarlo como suyo y, puesto que tenía los pies atravesados, lo llamaron “Edipo”, es decir, “pies hinchados”.
EDIPO
Cuando Edipo, hijo de Layo y de Yocasta, llegó a la edad viril, era más fuerte que los demás y, por envidia, sus iguales le echaban en cara que él era sólo un súbdito de Pólibo y que por esto mismo Pólibo era tan clemente y él tan desvergonzado. Edipo creyó en la verdad de lo que le decían y se marchó hacia Delfos para averiguar del oráculo quienes eran sus verdaderos padres. Mientras tanto, a Layo se le había manifestado en prodigios que la muerte le llegaría de mano de su hijo. Cuando Layo partió hacia Delfos, se encontró con Edipo en el camino, al que sus escoltas le ordenaron que despejara la vía para el rey, pero Edipo sólo respondió con indiferencia. El rey lanzó los caballos contra Edipo y aplastó su pie con la rueda. Edipo, enfurecido y desconociendo que se trataba de su padre, lo derribo del carro y lo mató. Muerto Layo, Creonte hijo de Meneces ocupó el trono de Tebas. Mientras tanto la Esfinge, hija de Tifón, llegó a Beocia y comenzó a asolar los campos tebanos. Ella indicó al rey Creonte que si alguien interpretaba el acertijo que ella propusiera, se marcharía de allí, pero que si planteado el enigma no podía resolverlo, ella lo devoraría y de ningún modo saldría del territorio.
Habiendo escuchado esto, el rey proclamó que entregaría el trono y la mano de su hermana Yocasta a aquel que pudiera resolver el enigma de la esfinge. Muchos vinieron ambicionando el reino, pero fueron todos devorados por la esfinge. Edipo se presentó ante la esfinge y pudo resolver su acertijo, por lo que aquella se dio muerte a sí misma. Edipo recibió el trono paterno y tomó como esposa a Yocasta, ignorando que se trataba de su madre. De ella procreó a Eteocles, Polinices, Antígona e Ismene.
Entretanto, recayó sobre Tebas una profunda miseria. Por causa de los crímenes de Edipo todos los campos se volvieron estériles. Siendo interrogado por Edipo el adivino Tiresias acerca de la razón por la que Tebas era así atormentada, éste respondió que si alguien del linaje del dragón todavía vivía y moría por la ciudad, ésta se libraría de la pestilencia. Entonces Meneceo, padre de Yocasta, se lanzó desde las murallas. Mientras esto acontecía en Tebas, en Corinto Pólibo dejó el trono. Enterado de esto Edipo empezó sufrir creyendo que el que él consideraba su padre había muerto, y fue luego confirmado en su suposición por Peribea. Pero fue entonces cuando el viejo Menetes, el mismo que había sido encargado de abandonar a Edipo en su niñez, reconoció que se trataba del hijo de Layo por las cicatrices de sus pies y tobillos.
Edipo, enterado de todo y viéndose culpable de tantos abominables crímenes, extrajo dos agujas de los vestidos de su madre y se privó con ellas de la vista. Entregó el reino en años alternados a sus hijos y huyó a Tebas con su hija Antígona cono guía.
Traducción de Diego Márquez y Darío Sánchez
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