Pirro de Épiro
Continuando con la serie sobre la expansión romana temprana, llegamos a las guerras contra Tarento, con las que culmina la expansión de Roma por la península itálica. Si no has leído las partes anteriores, ve a ¿Cómo conquistó Roma su imperio?, a La expansión romana 2° parte , 3° parte y 4° parte.
La guerra de Tarento (280-272 a.C.)
El sometimiento de todos los pueblos de la Italia central y meridional puso a Roma en contacto directo con las ciudades griegas del sur de la península. Entre ellas, se destacaba por su riqueza y poderío naval la ciudad de Tarento. El choque era inevitable, pues la expansión romana amenazaba con intervenir en la esfera de intereses de los tarentinos. En el año 282 a. C., la ciudad de Turios pidió ayuda a Roma para defenderse de los Lucanos. En respuesta a este pedido, Roma envió una flota al Golfo de Tarento. Este acto fue considerado por los tarentinos como una violación del antiguo tratado que prohibía la presencia de una flota romana en sus aguas. Los tarentinos atacaron la flota, hundiendo cuatro barcos y capturaro uno más. Roma envió una delegación diplomática a pedir compensaciones, pero las negociaciones fracasaron, desembocando en una declaración de guerra contra Tarento. Los tarentinos, conscientes de su inferioridad militar, solicitaron la ayuda de Pirro, el rey de Epiro, quien aceptó, deseoso de construir en Italia un gran imperio.
Pirro era uno de los generales más distinguidos de la época, que había ganado para sí una sólida reputación como un comandante brillante en las guerras que habían sacudido al mundo helenístico tras la muerte de Alejandro Magno. Su ejército presentaba, además, lo mejor que el mundo helenístico tenía para ofrecer en términos militares. Estaba compuesto por curtidos veteranos e incluía contingentes de caballería e, incluso, elefantes, totalizando unos 28.000 efectivos. A ellos se sumaron, en Italia, los contingentes de los tarentinos y otros pueblos opuestos a Roma.
Pirro obtuvo una primera y ajustada victoria sobre los romanos en la batalla de Heraclea (280 a.C.) principalmente gracias al desorden y sorpresa que en las filas romanas crearon los elefantes, hasta entonces desconocidos para ellos. Pirro, actuando según las normas internacionales comunes en el mundo helenístico, entró en negociaciones con Roma para aceptar su rendición y exigir la liberación de los pueblos del sur de Italia pero, para su sorpresa, los romanos decidieron continuar el conflicto. Pirro desconocía que Roma tenía una tradición de constancia en la persecución de sus objetivos militares, que no se revertía ante la pérdida de una batalla. Pirro avanzó entonces hacia Apulia, donde hizo frente a los romanos nuevamente en la batalla de Asculum (279 a.C.), de la que salió vencedor pero con graves pérdidas. Al considerar el resultado, Pirro habría declarado: “otra victoria como ésta y estaré perdido”. En esta anécdota tiene su origen la expresión “victoria pírrica”, con la que se designa un triunfo obtenido al precio de enormes pérdidas.
Ante la falta de resultados en Italia, Pirro trasladó su ejército a Sicilia en busca de conquistas más fáciles. Durante su ausencia los romanos debilitaron paulatinamente la posición de sus enemigos en el sur de Italia. Pirro regresó en el 275 a.C. y se enfrentó con los romanos en la batalla de Benevento, en la que estos últimos le infligieron una grave derrota. Pirro decidió abandonar Italia y los romanos acabaron en los años siguientes con toda la resistencia en el sur. En el año 272 la guerra terminó con la toma de Tarento.
La victoria sobre Pirro demostró que Roma era una potencia militar capaz de desafiar a los más desarrollados Estados helenísticos y que su milicia ciudadana se encontraba en condiciones de vencer a los mejores ejércitos profesionales de la época. Con la toma de Tarento, Roma unificó toda Italia bajo su control. Su expansión futura la llevaría ahora a extenderse por el Mediterráneo, donde Cartago era la potencia hegemónica.
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