No se trata esta vez de la cita de un autor antiguo, sino de un filósofo francés del siglo XVII. Por supuesto, René Descartes (1596-1650). Aunque Descartes eligió redactar su obra fundamental, el Discurso del método, en francés (de tal modo que -en sus palabras- “aún las mujeres puedan entenderlo”) y no en el lenguaje científico internacional de la época, el latín, la cita que condensa su idea fundamental se ha hecho famosa en este último idioma y no en su versión original: “Je pense, donc je suis”. El Discours de la methode fue publicado por primera vez en 1637 como introducción a una serie de otros estudios. Una versión latina fue publicada finalmente en 1656 con el título Dissertatio de Methodo.
ergo sum es, de hecho, una de las citas latinas más difundidas y populares. Sus fundamentos y significado no son, sin embargo, igualmente conocidos. La afirmación de Descartes puede parecer, a primera vista, banal, pero es necesaria entenderla en su contexto. En los siglos XVI y XVII el escepticismo filosófico se encontraba en una fase de apogeo. Era una época de cruentas guerras de religión en la que dogmas enfrentados generaban en los círculos intelectuales una fuerte tendencia al relativismo. A ello se sumaba la influencia de la popularidad de algunos filósofos escépticos antiguos como Sexto Empírico. El objetivo de Descartes en su Discurso del método era combatir ese escepticismo y sentar una base inamovible sobre la que pudiera desarrollarse el conocimiento humano. En busca de ese principio incuestionable, Descartes aplica la duda sistemática para rechazar toda afirmación que presente la más mínima posibilidad de falsedad. Mediante este procedimiento descubre que puede dudarse prácticamente de todo: la información que nuestros sentidos nos proporcionan no es confiable, podemos con facilidad ser presa de ilusiones, y nada nos garantiza que el mundo que experimentamos cotidianamente no sea sólo una fantasía de nuestra misma conciencia o -como lo plantea hipotéticamente el mismo Descartes- el engaño de una divinidad maligna.
La duda parece, en consecuencia, poder destruirlo todo y no dejar ningún cimiento sólido para el conocimiento, pero Descartes presenta un punto ante el cual la duda debe detenerse forzosamente: hay una persona que está pensando que todo es falso y, si piensa que todo es falso, quiere decir que existe y sobre esa existencia es imposible dudar. Esa es la idea que se expresa en la cita que discutimos, Cogito ergo sum. En su búsqueda de un método fundado en una base totalmente racional, Descartes encontró una verdad fundamental e indudable: la existencia del propio yo como base incuestionable de todo acto de conocimiento.
Tras encontrar esta liminar verdad, Decartes extrae de ella un criterio general que le permita identificar otras verdades: toda intuición de naturaleza simple debe ser verdadera o -dicho de otro modo- toda idea clara y distinta es verdadera. Para culminar con una opinión personal, creo que Decartes contradice aquí el primero y central de los cuatro principios metodológicos fijados en la segunda parte de su Discurso del Método, el de “no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es”. Ahora bien, que una idea sea clara y distinta no alcanza como evidencia de veracidad; por otra parte, la claridad de una idea es apreciada en forma diferente por distintas personas. Como señaló el humanista, historiador y filósofo Gianbattista Vico (1688-1744) -quien destinó gran parte de su vida a criticar la filosofía cartesiana y a formular un sistema superior- que una idea se nos presente como clara y distinta no significa que sea verdadera, sino tan sólo que creemos en ella.