La rara felicidad de los tiempos en los que pensar lo que quieras y decir lo que piensas está permitido
Publio Cornelio Tácito es uno de los mayores historiadores de la Antigüedad. Antes que rigurosidad metodológica u objetividad científica son la fuerza de su prosa y el tono moral de su narrativa los que le confieren ese rango. Tácito es el cronista de la Roma imperial. La concentración y abuso del poder, la corrupción y la decadencia son la constante en sus obras.
Durante los reinados de Vespasiano, Tito y Domiciano, Tácito tuvo una distinguida carrera como senador y orador. Los últimos años del reinado de Domiciano degeneraron en un régimen de terror en el que numerosos senadores perdieron su vida a manos de un monarca cada vez más despótico. Tras el asesinato del emperador y el establecimiento de un régimen algo más liberal bajo Nerva y Trajano, Tácito, con más de cuarenta años, inició su carrera de escritor e historiador.
Al comienzo de su primera gran obra, las historiae, en la que relata las guerras civiles que siguieron a la caída de Nerón, Tácito declara su intención de escribir en su vejez, la historia de la feliz época iniciada por Nerva y Trajano. Es calificando a esa época que Tácito incluye la frase que aquí citamos.
Tácito es conciente de la fragilidad de la libertad que menciona, sujeta a la buena voluntad de un monarca absoluto. El pesimismo es, en consecuencia, una nota perenne de sus escritos. La genialidad de su estilo alcanza su punto más alto en la descripción de regímenes siniestros que se inclinan cada vez más hacia el despotismo.
Prácticamente perdida durante la Edad Media, la obra del gran historiador romano fue redescubierta -en forma fragmentaria- en el Renacimiento (Bocaccio descubrió algunos manuscritos en el monasterio de Monte Casino en el siglo XIV y Poggio Bracciolini los de las opera minora en monasterios suizos ya en el siglo XV). Su influencia sobre el pensamiento político fue enorme, proveyendo sobre todo de material a quienes abogaban por regímenes republicanos y se oponían al poder de los príncipes. El humanista florentino Leonardo Bruni utilizó esta cita en su Panegírico a la ciudad de Florencia del año 1404, una obra que defiende las virtudes del sistema republicano. La influencia de esta máxima también es claramente perceptible en un pasaje de los discursos de Maquiavelo sobre la primera década de Tito Livio.
Tras la revolución francesa, la cita de la que aquí tratamos fue una consigna frecuente de los oponentes del poder real. En ese espíritu no debe sorprender que la misma llegara a los círculos revolucionarios americanos que a principios del siglo XIX lucharon por la independencia. El joven abogado Mariano Moreno, uno de los líderes intelectuales del período abierto por la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos, eligió esta cita como epígrafe de la primera publicación revolucionaria, la “Gazeta de Buenos Aires”.
El curso de la historia a probado, más allá de dudas, la fragilidad de los regímenes democráticos. Los tiempos felices en los que uno puede expresarse libremente han sido raros, tal como lo pensaba Tácito.
1 comentario:
Yo conocía la cita como: "raros son esos tiempos felices en los que se puede pensar lo que se quiera y decir lo que se piensa", más poética, aunque ahora veo que un poco "modificada".
Interesante post de todas formas.
Publicar un comentario