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La torre de Montaigne |
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Otra vista de la torre de Montaigne |
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El humanismo
Los escritores romanos utilizaban el término humanitas para referirse al efecto civilizador de la literatura y las artes liberales. Inspirados por ese concepto, los humanistas del siglo XIV acuñaron una expresión desconocida en la Antigüedad, litterae humanae o litterae humaniores, refiriéndose con el comparativo a la diferencia entre la nueva literatura que ellos proponían en base al modelo clásico y la existente en su tiempo. Se trataba, sobre todo, de un rechazo de la tradición escolástica de las universidades medievales y de la poco estilizada “jerga” latina que la caracterizaba. Los studia humanitatis serían el camino hacia esa nueva literatura, más bella y elegante, y, también, hacia una nueva concepción del mundo. Bajo ese título se comprendía el estudio de las disciplinas clásicas heredadas de la Antigüedad, la gramática, la retórica, la poesía, la historia y la filosofía.
Es necesario destacar que durante el renacimiento no se utilizó el concepto “humanismo”, el término fue inventado retrospectivamente por algunos historiadores alemanes del siglo XIX para designar la corriente cultural iniciada por los humanistas. En el período se hablaba sólo de los studia humanitatis y se llamaba humanistas a quienes los practicaban.
El programa cultural de los humanistas se expandió paulatinamente y llegó así a pretender la emulación de la totalidad de la cultura antigua, considerada como manifestación máxima de la civilización humana. Esta aspiración imitativa comenzó, entonces, a trascender la literatura y extenderse a las artes plásticas, la política, la filosofía y muchos otros ámbitos. Los humanistas trataron de crear ciudadanos virtuosos, como los que ellos admiraban de Atenas y Roma, que serían capaces de hablar y escribir con elocuencia y claridad, de participar en la vida cívica de sus comunidades y de persuadir a otros a realizar virtuosas y prudentes acciones. Con sus esfuerzos contribuyeron a una profunda transformación cultural, aportando muchos elementos que serían centrales para el desarrollo de lo que conocemos como modernidad.
¿Por qué escribo este blog?
A pesar de la distancia que nos separa del renacimiento italiano, creo que los ideales de los humanistas tienen todavía hoy mucho que aportarnos. La idea de que nuestra vida puede enriquecerse por el conocimiento de las grandes tradiciones de pensamiento del pasado parece casi ausente en un mundo que rinde sólo culto a lo nuevo. Recuperarla es uno de los objetivos que me impulsan a escribir este blog.
Continuando mi entrada anterior sobre las Facetiae de Poggio Bracciolini os dejo aquí un nuevo ejemplo del humor del renacimiento italiano.
Sobre unos campesinos interrogados si querían comprar un crucifijo vivo o muerto
Desde esta misma ciudad, algunos campesinos fueron enviados a Arezzo para comprar un crucifijo de madera, que iba a ser colocado en la iglesia. Llegaron ante un hombre que vendía estos objetos, y este último, viendo que trataba con patanes ignorantes, decidió jugarles una broma.
Después de escuchar su petición, les preguntó si querían al crucifijo vivo o muerto. Ellos, desconcertados, se retiraron por un momento para discutir el asunto, pronto anunciaron que lo preferirían vivo, ya que, si a sus conciudadanos no les gustaba así, podían entonces matarlo en un minuto.
En la última entrada de este blog tratábamos del gran humanista Poggio Bracciolini, concentrándonos en su faceta de cazador de manuscritos antiguos. Poggio fue uno de los pensadores y escritores más versátiles de este período y creo que hay muchos otros aspectos interesantes para destacar de su vida y obra, como sus escritos históricos, sus contribuciones al estudio arqueológico de las ruinas romanas, sus tratados polémicos, etc. Pero hay una faceta particularmente interesante por su originalidad y por revelar una cara poco conocida de los círculos humanistas del renacimiento, se trata de sus escritos humorísticos. Una de las obras más famosas y exitosas de Poggio fue su colección de chistes, Facetiae, uno de los libros más reeditados en Europa entre los siglos XV y XVIII. Se trata de una recopilación de pequeñas historias de gran comicidad y, en su mayoría, de contenido erótico-picaresco. Algunas no han resistido el paso del tiempo y parecen hoy demasiado simples o inocentes, otras conservan intacta su capacidad de hacer reír. Os dejo aquí una pequeña muestra, una de mis favoritas, muy imitada posteriormente.
La admirable respuesta de un niño al cardenal Angelotto
El cardenal Angelotto era un hombre mordaz, siempre dispuesto a discutir, muy locuaz pero poco prudente. Cuando estaba en Florencia el Papa Eugenio, el cardenal fue visitado por un niño de diez años, notable por su extrema inteligencia. El pequeño utilizaba un vocabulario escogido y tenía un discurso excelente. Admirado Angelotto por la seriedad y por el estilo de sus palabras, y viendo que el niño respondía inteligentemente a todas sus preguntas, se volvió a sus acompañantes y dijo: “A los que tienen este ingenio y capacidad desde la niñez al crecer les disminuye el intelecto y terminan por volverse idiotas como adultos”. El niño le respondió sin demora: “Vos debéis entonces haber sido el más sabio e inteligente de todos en vuestros primeros años”. El cardenal enmudeció ante la ingeniosa respuesta, viéndose reprochado por estúpido por quien había considerado sólo un niño.
En la Bibliotheca Augustana podéis encontrar una versión completa en latín de las Facetiae de Poggio.
Después de un cierto tiempo de descuido, regreso a uno de los temas frecuentes en este blog, el Renacimiento.
Ya he tratado antes sobre los origines del humanismo a fines del siglo XIV. En la primera mitad del siglo XV, el movimiento inspirado por los discípulos de Petrarca fue ganando fuerza y atrayendo figuras de importancia. Florencia se distinguió como el primer gran centro de la cultura humanista, donde bajo el liderazgo de figuras como Coluccio Salutati y Niccolo Nicoli importantes grupos del patriciado y algunos sectores medios de la población urbana fueron cautivados por el estudio e imitación de la Antigüedad clásica. Mientras en el resto de Europa occidental la tradicional literatura caballeresca representaba el ideal de excelencia humana considerado digno de imitación por la nobleza y las nuevas élites urbanas, y mientras en las universidades el escolasticismo se tornaba cada vez más dogmático en los principios de sus distintas escuelas, en Florencia surgía una enteramente nueva forma de educación basada en el ideal aristocrático ciceroniano y en el estudio de los autores latinos y griegos. Este nuevo entusiasmo se enfrentaba a un grave problema. Eran muy pocos los textos de autores clásicos que se conservaban y se encontraban disponibles para ser copiados y puestos en circulación. Se inició entonces una verdadera “caza” de manuscritos, una búsqueda frenética por salvar la herencia intelectual de Grecia y Roma de la destrucción y el olvido.
Poggio Bracciolini y el redescubrimiento de la literatura Antigua
Monasterio de Reichenau
De entre los humanistas de la primera parte del siglo XV, una figura se destaca por su importancia: Gian Francesco Poggio Braccioloni (1380–1459). Hijo de un notario florentino empobrecido, la falta de recursos no representó un obstáculo para tener acceso a la mejor educación pública disponible en Florencia. El extraordinario talento del joven Poggio le garantizó el patronazgo de importantes humanistas, lo que le facilitó el ingreso a un cargo de secretario en la curia papal.
Sin duda, una de las mayores contribuciones de Poggio al estudio de la Antigüedad fue su labor como “cazador de manuscritos”. Su asistencia en 1414 al concilio de Constanza, organizado para la reunificación del papado (existían entonces tres papas rivales) le permitió explorar las bibliotecas de muchos monasterios de Alemania y Suiza (especialmente los de Reichenau, Weingarten y St. Gall). El catálogo de sus descubrimientos es notable: La Institutio Oratoria de Quintiliano, Las Argonautica de Valerio Flaco, numerosos discursos de Cicerón, los comentarios a algunos diálogos de Ciceron de Asconio. También encontró manuscritos de Lucrecio, Columella, Silio Itálico, Manilio, Stacio y Vitruvio. Además, descubrió en Langres el manuscrito del discurso de Cicerón en favor de Cecina, y manuscritos de Amiano Marcellino, Frontino, Nonio Marcello, Probo, y otros de menor importancia.
Manuscrito de Cicerón copiado por Poggio
La búsqueda de los textos desconocidos era una pasión compartida por todos los aficionados a los nuevos estudios. Si bien Bracciolini es el más destacado de los cazadores de manuscritos, también otros humanistas realizaron en la primera mitad del siglo XV importantes descubrimientos. A ellos les debemos la conservación de los textos griegos y latinos que hoy constituyen nuestra principal fuente de conocimiento de la Antigüedad. Los humanistas eran apoyados en este empeño por príncipes, papas y grandes familias de comerciantes que invertían enormes sumas en el rastreo de los textos y en la producción de exquisitas copias. Cosme de Medici invirtió grandes sumas en acumular excelentes manuscritos tanto para su colección privada como para una serie de bibliotecas públicas fundadas por él en Florencia. Muchos de esos manuscritos se conservan hoy en la Biblioteca Laurenciana y constituyen la base para el estudio filológico de buena parte de los textos que hoy se conservan.
Hace un tiempo tratábamos en esta página sobre Francesco Petrarca y su papel central en la difusión del humanismo renacentista. Continuando esa historia, quisiera ahora resaltar el papel de algunos de sus discípulos.
Boccacio un maestro de la literatura universal
El más famoso de los discípulos de Petrarca fue, sin duda, Giovanni Boccaccio (1313-1375), recordado hoy sobre todo por el Decamerón, una obra maestra de la literatura italiana y universal. Orientado por su familia hacia una ocupación mercantil y luego hacia el estudio del derecho canónico, Boccaccio dejó estas profesiones para concentrarse en la literatura. La amistad con Petrarca fue un hecho decisivo en su vida, pues éste lo cautivó para el estudio de la literatura antigua. Boccaccio lo consideró siempre su maestro y líder intelectual y fue bajo sus instrucciones que emprendió el estudio del griego, llegando finalmente a dominar esta lengua (lo que había quedado vedado a Petrarca). Sus contribuciones más significativas al estudio de
Coluccio Salutati, difusor del humanismo
Del resto de los discípulos de Petrarca no podemos mencionar más que a los más importantes. Una figura de primer rango fue sin duda Coluccio Salutati (1331-1406), importante como difusor de las nuevas ideas y como protector y formador de otros importantes humanistas. Salutati recopiló una muy importante biblioteca, a él le debemos la conservación, entre otras obras, de las Epistulae ad familiares de Cicerón y del De agricultura de Catón el viejo. Para la producción de los manuscritos de su colección, Salutati aplicó por primera vez principios filológicos críticos. Pero Salutati fue, además de un académico, un influyente político y orador, desempeñándose los últimos 31 años de su vida como canciller de Florencia. Su prominencia política hizo mucho por la difusión del humanismo. Fue bajo su impulso que se estableció en Florencia la primera cátedra de griego, ocupada por el brillante filólogo bizantino Manuel Chrysoloras.
En la primera mitad del siglo XV, el movimiento inspirado por los discípulos de Petrarca fue ganando en fuerza y atrayendo figuras de importancia. Florencia se distinguió como el primer gran centro de la cultura humanista, donde, bajo el liderazgo de figuras como el ya mencionado Coluccio Salutati o Niccolò Niccoli, importantes grupos del patriciado y algunos sectores medios de la población urbana fueron cautivados por el estudio e imitación de