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jueves, 2 de marzo de 2017

La torre de Montaigne


La torre de Montaigne
La torre de Montaigne
Michel de Montaigne fue un humanista y escritor francés del siglo XVI (1533-1592), conocido hoy por sus Ensayos, una obra maestra de la literatura universal que, si somos francos, es muy poco leída en la actualidad.

Los ensayos cubren los temas más variados, desde los hábitos de los caníbales americanos a la educación de los niños, pasando por discusiones de las obras de autores antiguos, de los malos olores o los pulgares. En realidad, como el mismo Montaigne advierte al principio, el único tema que da unidad a la colección es su persona, pues la obra constituye, ante todo, una exploración introspectiva. Montaigne decía que, antes que ser experto en Cicerón, prefería ser experto

Al lector contemporáneo puede resultarle tedioso, entre otras cosas, el despliegue de erudición clásica con que Montaigne satura muchas de páginas, repletas de citas griegas y latinas en el idioma original. Pero debe comprenderse que la relación de Montaigne y los humanistas del siglo XVI con los idiomas antiguos era muy diferente de la nuestra. De hecho, el caso de Montaigne era especial porque, debido a las originales ideas educativas de su padre, el latín era su primera lengua, y el griego la segunda.

Otra vista de la torre de Montaigne
Sí, el latín era la verdadera lengua materna de Montaigne. Su abuelo había amasado una enorme fortuna en el comercio y comprado grandes extensiones de tierra y un castillo para ennoblecerse. Su padre, siguió una carrera militar y trató de dar a su hijo la mejor educación disponible. Él mismo no había gozado de ella y quería que Michel no tuviera esa desventaja.

Para cumplir su plan, Montaigne padre contrató un tutor alemán que no conocía ni una palabra de francés. Éste debía hablar al niño sólo en latín. Se prohibió a los sirvientes y a los miembros de la familia dirigirse al pequeño en francés. A los seis años, Michel hablaba el latín a la perfección, y empezó entonces a estudiar griego como segunda lengua. Sólo unos años más tarde, comenzó a aprender francés. Es decir que Montaigne, probablemente, pensaba en latín.

Tras una carrera como abogado, en 1570, Montaigne se retiró a sus dominios para dedicarse exclusivamente a cultivar sus propios pensamientos. Tenía allí una torre equipada con una extensa biblioteca –llena, por supuesto, de los clásicos- que era su refugio y su lugar de trabajo.

La torre todavía se conserva. La biblioteca se dispersó poco después de la muerte de Montaigne, pero su obsesión por los clásicos sigue presente. Todavía pueden leerse, en las vigas del techo, las máximas en latín y griego que hizo grabar en ellas, para leerlas y reflexionar mientras caminaba por la habitación.

Se trata de máximas extraídas de autores antiguos y de la Biblia (muchas procedentes de los Adagia de Erasmo), que son un testimonio del interés de Montaigne por la filosofía y de su adhesión al escepticismo. Aquí algunos ejemplos:
 
Citas latinas en el techo de la torre de Montaigne
Citas latinas en el techo de la torre de Montaigne

ΑΥΤΑΡΚΕΙΑ ΠΡΟΣ ΠΑΣΙΝ ΗΔΟΝΗ ΔΙΚΑΙΑ
La autarquía es el único placer justo

HOMO SVM HVMANI A ME NIHIL ALIENVM PVTO
Soy un hombre y nada de lo humano me es ajeno,


SERVARE MODVM FINEMQVE TENERA NATVRMQVE SEQVI
Conservar la justa medida, perseverar hacia un fin y seguir a la naturaleza

ΤΑΡΑΣΣΕΙ ΤΟΥΣ ΑΝΘΡΩΠΟΥΣ ΟΥ ΤΑ ΠΡΑΓΜΑΤΑ ΑΛΛΑ ΤΑ ΠΕΡΙ ΤΩΝ ΠΡΑΓΜΑΤΩΝ ΔΟΓΜΑΤΑ
Lo que preocupa a los hombres no son las cosas sino lo que ellos piensan sobre éstas

Para nosotros, estas frases traen el eco de una sabiduría antigua y remota. Para Montaigne, tenían la cercanía íntima de sus lenguas maternas.

martes, 18 de octubre de 2016

De la Edad Media al Humanismo: El nacimiento de la idea de la decadencia de Roma

La visión medieval


Durante la Edad Media, la caída de Roma es raramente percibida como un acontecimiento relevante o como problema en necesidad de explicación. Si bien ya autores de siglo VI reconocen que la deposición de Rómulo Augústulo pone fin a un reinado continuado que puede extenderse desde Augusto o desde el mismo Rómulo, ello no significa, sin embargo, que ello se conciba como el fin del imperio o de una época. En efecto, la visión medieval del pasado romano es dominada por la idea de la translatio imperii, la transferencia de la autoridad de Roma a otros centros de poder que sirve como base de legitimación de configuraciones políticas muy diversas.

A finales de la Edad Media, la idea de la continuidad del Imperio Romano se encuentra fuertemente presente, siendo Dante uno de sus mayores exponentes. En el siglo XIV, el erudito bendictino Engelbert von Admont escribe un pequeño tratado titulado De ortu et fini Romani Imperii. Pero para Engelbert, el fin del imperio es un acontecimiento que todavía se encuentra en el futuro, tras la llegada del anticristo. El imperio Romano es el último de los cuatro grandes reinos de la historia mencionados en la profecía de Daniel. La visión cristiana de los cuatro reinos aparece todavía ilustrada en la Crónica universal de Hartmann Schedel impresa en Nüremberg en 1493.

Petrarca y la nueva visión humanista


Durante la Edad Media hay evidencia de una visión alternativa que concibe la caída de Roma como una cesura, pero se trata de una visión marginal que no llegó nunca a desafiar el consenso mayoritario. Desde fines del siglo XIV, sin embargo, el desarrollo del humanismo rompió con la visión de la continuidad histórica e impuso un nuevo relato centrado en la idea de decadencia que se transformaría en uno de los principales temas historiográficos hasta el siglo XX. La visión humanista era una relaboración de ideas ya presentes en Salustio, Tácito, Dión Casio y otros autores antiguos pero complementada con muchos elementos nuevos. Para los humanistas, el Imperio Romano nunca se había trasladado, había decaído y, finalmente, desaparecido. Sus sucesores habían sido estados bárbaros, meros epígonos que no podían comparársele ni atribuirse ser sus continuadores.

La consolidación del humanismo como corriente de pensamiento organizada está indisolublemente ligada a la figura de Francesco Petrarca (1304-74). Ya en la obra de Petrarca se percibe claramente la idea de la singularidad de la república romana, de sus logros civilizatorios y, sobre todo, de su literatura, nunca igualada a lo largo de la historia. Es en su obra que puede reconocerse por primera vez la idea de que tras ese período de esplendor se había producido una profunda ruptura que había desembocado en una edad oscura, marcada por la pérdida de todos esos logros.[2] Petrarca es plenamente consciente, en consecuencia, de que ya no vive en el mismo período que los autores que admira. Petrarca distingue, en efecto, entre un período antiguo y un período moderno que es el propio, siendo la frontera entre ambos la cristianización del Imperio Romano, es decir, la era de Constantino (fam. 6.2.12).

En un pasaje famoso de su “Carta a la posteridad”, Petrarca declara expresamente haberse dedicado con afán al estudio de la Antigüedad por el desagrado que le provocaba su propia época, afirmando que si no fuera por el afecto que sentía por los suyos, hubiera preferido vivir en cualquier otra época.

Los humanistas florentinos del Quattrocento - Bruni y Biondo


Más allá del antecedente de Petrarca, la idea de la decadencia tiene su primera formulación detallada en un contexto muy específico. Los humanistas florentinos de principios del siglo XV vivían en un mundo de comunidades urbanas autónomas y republicanas amenazadas por el creciente protagonismo y poder de los duques de Milán y de diversos principados y monarquías. Este contexto reforzó su visión sobre la importancia de los logros políticos del mundo clásico y los llevó a ver en la pérdida de las “virtudes cívicas” (sobre todo virtus y libertas) que habían caracterizado a la república romana la señal inequívoca del declive de la civilización antigua que desembocaría de manera inevitable en la caída final del Imperio de Occidente.


Esas virtudes cívicas habían renacido, tras un largo eclipse, en ciudades como Florencia, y la concepción cívica del republicanismo de los humanistas florentinos era, a la vez, una visión sobre la decadencia del Imperio Romano y un programa político para evitar que lo mismo sucediera con su república. La conexión entre la pérdida de la libertad y la decadencia puede verse ya claramente en la Historia de Florencia de Leonardo Bruni (1370-1444), como lo ilustra claramente el siguiente pasaje:

Declinationem autem romani imperii ab eo fere tempore ponendam reor quo, amissa libertate, imperatoribus servire Roma incepit.

Considero que la decadencia del Imperio Romano debe colocarse aproximadamente desde aquella época en que, habiendo perdido la libertad, Roma comenzó a servir a los emperadores.

En la obra de Bruni ya encontramos plena conciencia de una división tripartita de la historia, marcada por la idea de que la época oscura señalada por Petrarca ha dado paso a una nueva en que se están recuperando algunos de los logros de los antiguos. Posteriormente, se consolidarían para esa edad intermedia designaciones como media tempestas o media aetas.

Poco tiempo después de que Bruni redactara su historia de Florencia, Flavio Biondo (1392-1463), un humanista ocupado como secretario en la curia papal, redactaría la primera obra histórica centrada en la idea de la decadencia del mundo clásico, las Historiarum ab inclinatione Romanorum imperii decades, escrita entre los años 1439 y 1453. Si bien Biondo tomará como punto de partida de su obra el fatídico año 410 en que la ciudad de Roma es saqueada por los godos, en numerosos pasajes presenta un diagnóstico semejante al de Bruni sobre los factores que originaron esa decadencia mucho tiempo antes de ese acontecimiento. Quedaba así consagrada una nueva visión sobre la historia de Occidente en la que la decadencia de Roma era un acontecimiento definitorio.


lunes, 21 de marzo de 2016

Petrarca y el amor por los libros


Ya he tenido ocasión en este blog de escribir sobre la vida de Petrarca y su importancia como uno de los padres fundadores del humanismo renacentista. En su persona ya se manifiesta plenamente desarrollado el afán por conocer todo lo posible sobre el mundo antiguo y, sobre todo, por rescatar del olvido y leer a los grandes autores del pasado. Unido a ello, encontramos en Petrarca numerosas declaraciones de su amor por los libros, de su sed insaciable por poseerlos.

En una carta famosa, Petrarca incentiva a un amigo para que busque en las bibliotecas monásticas a su alcance textos antiguos olvidados. En un párrafo de singular belleza el poeta explica lo que los libros significan para él:

Pero para que no creas que me he librado de toda culpa humana, te diré que me domina una pasión insaciable, que hasta ahora no he podido ni querido refrenar, intentando convencerme a mí mismo de que el deseo por una cosa honorable no puede ser deshonesto. ¿Quieres saber de qué enfermedad se trata? De una sed insaciable de libros, y eso a pesar de que ya poseo quizás más de los que serían necesarios. Es que con los libros sucede como con muchas otras cosas: el éxito en su acumulación es un estímulo para una mayor avaricia. Además, con los libros sucede algo especial: el oro, la plata, las joyas, los vestidos de púrpura, las casas de mármol, los campos bien cultivados, las pinturas, los caballos bien adornados, y otras cosas de este tipo proporcionan sólo un placer mudo y superficial; los libros, en cambio, nos deleitan hasta la medula, hablan con nosotros, nos aconsejan y se conectan con nosotros en una especie de amistad profunda y vital; y cada uno de ellos no penetra sólo en el alma del lector, sino que inserta allí el nombre de otro libro y despierta el deseo de poseerlo también a éste.

(Mi traducción, este es el texto original latino: Ne tamen ab omnibus hominum piaculis immunem putes, una inexplebilis cupiditas me tenet, quam frenare hactenus nec potui certe nec volui; michi enim interblandior honestarum rerum non inhonestam esse cupidinem. Expectas audire morbi genus? libris satiari nequeo. Et habeo plures forte quam oportet; sed sicut in ceteris rebus, sic et in libris accidit: querendi successus avaritie calcar est. quinimo, singulare quiddam in libris est: aurum, argentum, gemme, purpurea vestis, marmorea domus, cultus ager, picte tabule, phaleratus sonipes, ceteraque id genus, mutam habent et superficiariam voluptatem; libri medullitus delectant, colloquuntur, consulunt et viva quadam nobis atque arguta familiaritate iunguntur, neque solum se se lectoribus quisque suis insinuat, sed et aliorum nomen ingerit et alter alterius desiderium facit.)

Petrarca conoció en Aviñón al inglés Ricardo de Bury (1287-1345), obispo de Durham, otro gran amante de los libros, que compondría el Philobiblon, el primer libro que trata específicamente del amor por los libros. Petrarca le escribiría luego numerosas cartas desde Italia inquiriendo diversas informaciones sobre Inglaterra pero el inglés no se dignaría a contestar. Estaría seguramente demasiado ocupado con sus libros.

sábado, 13 de agosto de 2011

Lorenzo Valla – Un genio poco conocido del Renacimiento

Cuando pensamos en el Renacimiento italiano, inmediatamente nos vienen a la mente figuras como Leonardo Da Vinci, Miguel Angel o Rafael. Pero el esplendor de la época no pasó sólo por las artes plásticas, sino que tuvo su centro en el mundo de las letras y el pensamiento. En esta entrada quiero presentaros la figura de uno de los más grandes y menos conocidos genios del Renacimiento, el humanista, orador y filósofo Lorenzo Valla (1406-1457).


La obra de Valla se destaca por su originalidad e inconformismo frente a muchas de las ideas establecidas de su tiempo y en muchos aspectos se encuentra, incluso, adelantada a su época. Su vida no fue fácil, dado que su espíritu polémico y su extremo orgullo personal le ganarían incontables y encarnizados enemigos.

Nacido en Roma (hijo de un abogado de Piacenza), Valla creció en el estimulante ambiente intelectual de la curia papal, que contaba con la presencia de distinguidos humanistas como Poggio Bracciolini o Leonardo Bruni, con quien Valla tendría posibilidad de estudiar. El objetivo de su juventud fue ingresar como secretario a la curia papal, una posición que le habría proporcionado seguridad económica y abundante tiempo libre para desarrollar sus inquietudes intelectuales, pero algunos conflictos con miembros de la misma lo hicieron fracasar. 

Con tan sólo 24 años, Valla partió entonces para Pavia, donde su excepcional talento le ganó una designación como profesor de elocuencia en la universidad. Su estancia sería, sin embargo, corta, pues un enfrentamiento con los juristas determinó su alejamiento de esa casa de estudios. Tras ocupar brevemente varios puestos en distintas universidades, Valla entró al servicio del rey de Nápoles, Alfonso V de Aragón. Ya antes de llegar a Nápoles, Valla había atraído la atención de los intelectuales de su tiempo con su diálogo De voluptate (1433), en el que defendía una postura epicúrea sobre el placer, contraria a lo sostenido por las corrientes de estoicismo cristiano entonces imperante.

Fue durante sus años al servicio de Alfonso, que Valla escribió las obras fundamentales sobre las que se basa su reputación actual. En primer lugar, su tratado De elegantiis linguae latinae (1440), el primer análisis sistemático del estilo de los autores clásicos, y de las reglas para imitarlo. Sus modelos estilísticos son Cicerón y Quintiliano, mientras que el latín medieval es condenado en forma absoluta como completamente bárbaro. Pero este tratado es mucho más que un simple manual de estilo, es un estudio crítico de la lengua latina que proporciona por primera vez un sistema para el análisis de textos. Valla demostró su capacidad filológica en su edición de Tito Livo, muchas de las correcciones propuestas por él forman parte hoy en día del texto estándar de este autor.

El manuscrito del tratado sobre la donación de Constantino

Fue también durante su desempeño como secretario del rey de Nápoles, que Valla redactó su obra maestra, De falso credita et ementita Constantini donatione declamatio (1440). Se trata de una genial demostración de la falsedad de la “donación de Constantino” un documento conservado en diversas series de recopilaciones de decretos eclesiásticos medievales, y que consistía supuestamente en una sesión de parte del emperador Constantino del poder temporal sobre Roma y el Imperio Romano Occidental para el papa Silvestre y sus sucesores en la silla de San Pedro. Este documento era presentado por los papas como la fuente de legitimación de su poder temporal. Valla realiza un análisis histórico, político, filológico y jurídico para probar las contradicciones entre el documento y su supuesta época, como medio para rechazar en forma absoluta la autenticidad del mismo. Valla continuó aplicando el mismo método para probar la falsedad de otros textos aceptados por la iglesia, como por ejemplo una carta de Cristo citada por Eusebio.

El tratado de Valla sobre la donación de Constantino fue probablemente motivado por el enfrentamiento entre su patrón Alfonso y el papado. La protección del rey le permitió a su autor escapar a los intentos eclesiásticos de castigarlo como hereje. La figura de Valla demuestra el mucho menor poder de la inquisición en el siglo XV que en el período de la contrarreforma. La muerte del papa Eugenio IV en 1447 mejoró la posición de Valla, puesto que el nuevo papa Nicolás V, de formación humanista, convocó al rival de la iglesia para desempeñar una excelentemente remunerada posición como secretario apostólico. Valla ocupó en sus últimos años la cátedra de retórica en Roma y realizó por encargo del papa importantes traducciones de textos griegos al latín.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Los inicios de la arqueología y la epigrafía en el Renacimiento


He escrito con frecuencia en esta página sobre Poggio Bracciolini, el genial humanista a quien debemos, entre tantas otras cosas, la conservación de una buena parte de la literatura clásica. El multifacético Poggio se destacó, también, como el iniciador del estudio histórico serio de las ruinas romanas. En su obra se conjuga por vez primera el estudio de los restos arquitectónicos con el análisis tanto de inscripciones, como de las informaciones proporcionadas por los textos clásicos, especialmente Vitruvio y Frontino. La primera parte de su tratado De Varietate Fortuna es la principal fuente de la que disponemos para conocer el estado de conservación de los monumentos de la ciudad en la primera parte del siglo XV. Esta parte de su obra es conocida normalmente bajo el título: Ruinarum urbis Romae descriptio. Pero como este título lo indica, Poggio ofrece sólo una descripción del estado de los monumentos antiguos en su tiempo, y no un estudio sobre el pasado de la ciudad de Roma. Especialmente interesantes son sus referencias a la destrucción permanente que experimentan los restos de los edificios antiguos, principalmente porque el mármol era quemado para transformarlo en cal, que era a su vez usada como materia prima para nuevas construcciones. 
Pese a los importantes méritos de Poggio, el título de primer estudioso de la arqueología y la epigrafía antigua corresponde a Ciriaco de Ancona (c.1391-c.1450). Miembro de una familia de comerciantes, Ciriaco fue en gran medida un autodidacta cautivado por la corriente humanista de la época. Ciriaco dedicó primero su atención a las inscripciones de su ciudad natal, y posteriormente recopiló muchas en Roma, donde también estudió los restos arqueológicos. Ciriaco aprendió griego en Constantinopla y recorrió todos los territorios griegos recopilando informaciones arqueológicas y copiando los textos de las inscripciones. Con el cuidado en su trabajo Ciriaco definió criterios de rigurosidad en la trascripción de los textos y en la descripción de la ubicación de la inscripción que representan un gran avance disciplinar. Lamentablemente los manuscritos de sus obras principales se han perdido. 
Un nuevo nivel en el estudio de las ruinas romanas es alcanzado por Flavio Biondo (1388-1463). Al igual que muchos de los humanistas de este período, Biondo se desempeña como secretario de la curia papal y aprovecha las posibilidades y el tiempo libre proporcionado por este puesto para sus extensas investigaciones. Su obra  Roma instaurata (3 vols. 1444-1446) marca la primera vez que se deja de lado la mera descripción de las ruinas romanas para concentrarse en la reconstrucción histórica de los monumentos y la sociedad antigua. Su obra Roma triunphans (1455-1463) es un detallado estudio de las instituciones políticas, militares y religiosas de la Roma antigua. Su Italia illustrata (1453) es una descripción de los monumentos antiguos de la totalidad de Italia. Pero es su obra Historiarum ab inclinatione Romanorum imperii decades (1435-1453) la que marca un nuevo nivel en la historiografía humanista. Con ella Biondo se erige en fundador de la historia de la Antigüedad tardía y la Edad Media. Biondo es todavía ante todo un erudito antes que un historiador, pero su minucioso trabajo servirá de base para las generaciones siguientes y será muy utilizado por historiadores posteriores.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Escuchar con los ojos a los muertos

Hace un tiempo citaba aquí un hermoso pasaje de una carta de Maquiavelo, que ilustra a la perfección la pasión por el estudio de la Antigüedad que es un componente central del humanismo renacentista. Un amigo me recordó otro texto comparable, el famoso soneto de Francisco de Quevedo, Desde la torre. Uno de sus exquisitos versos podría tomarse por una brevísima definición del humanismo: escuchar con los ojos a los muertos.

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.

Me parecía un texto apropiado para acompañar el pequeño cambio de aspecto de esta página, que espero os guste, sino más, por lo menos tanto como el anterior.

martes, 26 de octubre de 2010

Scientia potentia est


El conocimiento es poder

Si tuviera que elegir una cita latina como lema personal, me quedaría, sin duda, con Scientia potentia est, el conocimiento es poder. La misma es susceptible de muchas interpretaciones, pero yo la refiero a la capacidad del conocimiento de mejorar tanto nuestras habilidades y condiciones de vida como las de aquellos que nos rodean. Creo que ese sentido es cercano al que pretendía su autor. La frase procede de la pluma de ese brillante y enigmático personaje que fue el inglés Francis Bacón (1561-1621), a quien con igual justicia podríamos llamar abogado, político, ensayista, historiador, reformador intelectual, filósofo o fundador de la ciencia moderna. Bacon fue una mente brillante que reconoció las limitaciones y el anquilosamiento de los sistemas intelectuales de su tiempo y su incapacidad de aumentar el saber humano. Fue, en consecuencia, un crítico acérrimo del humanismo de su tiempo que, lejos de las ideas de las grandes mentes del Renacimiento, se encerraba en un culto inútil a la Antigüedad como única fuente de conocimiento. Bacon desarrolló, por oposición, una vía empírica para la obtención de verdades de la misma naturaleza que sería la base del moderno método científico.

Todo el conocimiento es mi provincia

Bacón afirmó en una carta a un pariente: "he tomado todo el conocimiento como mi provincia". No se trataba de un alarde vacío. Para remplazar a la educación tradicional -consistente en una mezcla de escolástica, humanismo repetitivo, y una visión casi mágica de la naturaleza-, Bacon propuso un sistema completamente nuevo basado en principios empíricos e inductivos y en el desarrollo activo de las nuevas artes e invenciones, un sistema cuyo objetivo final sería la producción de conocimientos prácticos para "el uso y beneficio de los hombres" y el alivio de la condición humana. Todo ello no significa que Bacon fuera un enemigo del verdadero humanismo, por el contrario, siempre fue un dedicado estudioso de la Antigüedad, pero lo suficientemente inteligente como para aprovechar sus conocimientos y no limitarse sólo a rendirles un tributo vacío. En ese sentido, creo que Bacon representó la verdadera culminación de los ideales del humanismo renacentista.

La desigual distribución del conocimiento

Alguien podría objetar que el desarrollo científico y económico que ha sido uno de los resultados de las ideas de Bacon ha proporcionado a la humanidad muchos males y problemas. Eso es indiscutible, pero creo que los beneficios han sido mucho mayores y que gran parte de los problemas contemporáneos derivan antes de nuestra ignorancia que de los productos del conocimiento. El principal problema es la desigual distribución del “saber” a escala mundial, mucho más injusta todavía que la de la riqueza. Mientras no se logre mayor igualdad en ese plano, el destino de la humanidad siempre estará en peligro.

En mis momentos de mayor optimismo me gusta creer que este blog puede realizar una ínfima contribución para inspirar a otros a seguir el camino del conocimiento y a contribuir a difundirlo.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Concedo nulli – relanzando Latin quotes

Después de mucho tiempo de inactividad, me decidí definitivamente a relanzar la versión inglesa de citas latinas, latin quotes. Con ello sólo quiero decir que he modificado un poco el diseño de la página –en realidad, sólo para hacerlo más simple todavía-  y escrito una nueva entrada. El alter ego inglés de este blog no dejará nunca, probablemente, de ser nada más que un experimento -y con poquísimos lectores, por cierto. A pesar de todo ello, me atrae la idea de presentar versiones en inglés de algunas de las mejores entradas de citas latinas. Es interesante ver como lo que uno plantea en principio como una traducción, termina transformándose en algo ligeramente diferente.

Hoy fue una buena excusa para volver sobre una de mis frases latinas favoritas, concedo nulli, no cedo ante nadie, el lema personal del gran humanista Erasmo. El pintor Hans Holbein realizó para Erasmo el grabado que encabeza esta entrada como diseño para un vitral. En el vemos al dios romano Término representado como un mojón cuya parte superior se transforma en busto. Según la leyenda, cuando el rey romano Tarquino inició la construcción del templo de Júpiter Máximo en el Capitolio, la roca que representaba al dios Término no pudo ser desplazada para hacer lugar al nuevo edificio a pesar de que se realizaron ingentes esfuerzos. Los romanos lo interpretaron como una profecía de que Roma nunca vería retroceder sus límites. Por muchos siglos fue cierto.

martes, 10 de agosto de 2010

Cuando llega la tarde…

Cuando llega la tarde, regreso a mi casa y entro en mi estudio. Dejo en la puerta mi ropa de trabajo, cubierta de barro y polvo, y me cubro con ropajes regios y suntuosos. Así, apropiadamente vestido, penetro los viejos palacios de los hombres antiguos y ellos me reciben con afecto. Allí me nutro de un alimento que me pertenece y para el que he nacido. Allí no me avergüenza hablar y preguntarles las razones de sus acciones. Ellos, con generosidad, me responden y por cuatro horas no siento aburrimiento, olvido todo problema, no lamento mi pobreza, no tengo miedo a la muerte y me entrego por completo.

Me gustaría ser el autor de estas palabras -pues expresan con singular belleza un sentimiento que comparto- pero proceden de una carta de Maquiavelo a Francesco Vettori, escrita en Florencia, el 10 de diciembre de 1513. Hace un tiempo intentaba explicar en esta página qué es el humanismo. Maquiavelo lo hace mucho mejor en este párrafo: El humanismo es el diálogo con los clásicos.

domingo, 1 de agosto de 2010

Si no has leído a Cicerón, entonces te felicito

Te felicito, porque todavía te queda reservado en esta vida el inmenso placer de leer sus obras por primera vez.

Cicerón es, sin duda, el verdadero padre del humanismo, uno de los máximos exponentes de la prosa latina y un convencido creyente en el poder de las palabras, del discurso, como máxima manifestación del espíritu. Pero no es por esto último que recomiendo su lectura, sino porque se trata, según creo, de un de los mayores goces que puedan alcanzarse sobre la tierra. Es cierto que sobre gustos no debe discutirse (de gustibus non est disputandum), pero si has llegado hasta esta recóndita página movido por algún interés en su contenido, es muy probable que puedas disfrutar de la lectura de Cicerón de la misma forma en que yo lo he hecho.

Para terminar de convenceros, aquí os dejo el inicio de una de sus obras más bellas, el diálogo sobre el orador junto con un link a una página en la que podréis encontrar el texto completo. Si lo leéis, hacedme saber qué os pareció.

Diálogo sobre el orador - Prefacio I:

Trayendo yo muchas veces a la memoria los tiempos antiguos, siempre me han parecido muy felices, oh hermano Quinto, aquellos hombres que habiendo florecido en la mejor edad de la república, insignes por sus honores y por la gloria de sus hechos, lograron pasar la vida sin peligro en los negocios o con dignidad en el retiro. Ha llegado el tiempo en que a todos parecería justo (y sin dificultad me lo concederían) que yo comenzase a descansar y aplicar el ánimo a nuestros estudios predilectos, cesando ya en mi vejez el inmenso trabajo de los negocios forenses y la asidua pretensión de los honores. Pero esta esperanza y propósito mío se han visto fallidos por las calamidades públi cas y por mi varia fortuna. Donde pensé hallar tranquilidad y sosiego, me asaltó un torbellino de cuidados y molestias. Ni por más que vivamente lo deseaba, pude dedicar el fruto de mis ocios a cultivar y refrescar entre nosotros aquellas artes a que desde la infancia me he dedicado. Ya en mi primera edad asistí a aquella revolución y trastorno del antiguo régimen; llegué al Consulado en medio de confusiones y peligros, y desde el consulado hasta ahora he tenido que luchar con las mismas olas que yo aparté de la república y que luego se alborotaron contra mí. Pero ni la aspereza de mi fortuna ni lo difícil de los tiempos serán parte a que yo abandone los estudios y no dedique a escribir todo el tiempo que me dejen libre el odio de mis enemigos, las causas de mis amigos o el interés de la república.

Continuar leyendo en Imperium.org

viernes, 16 de julio de 2010

¿Qué es el humanismo? y ¿Por qué escribo este blog?


El humanismo

Los escritores romanos utilizaban el término humanitas para referirse al efecto civilizador de la literatura y las artes liberales. Inspirados por ese concepto, los humanistas del siglo XIV acuñaron una expresión desconocida en la Antigüedad, litterae humanae o litterae humaniores, refiriéndose con el comparativo a la diferencia entre la nueva literatura que ellos proponían en base al modelo clásico y la existente en su tiempo. Se trataba, sobre todo, de un rechazo de la tradición escolástica de las universidades medievales y de la poco estilizada “jerga” latina que la caracterizaba. Los studia humanitatis serían el camino hacia esa nueva literatura, más bella y elegante, y, también, hacia una nueva concepción del mundo. Bajo ese título se comprendía el estudio de las disciplinas clásicas heredadas de la Antigüedad, la gramática, la retórica, la poesía, la historia y la filosofía.

Es necesario destacar que durante el renacimiento no se utilizó el concepto “humanismo”, el término fue inventado retrospectivamente por algunos historiadores alemanes del siglo XIX para designar la corriente cultural iniciada por los humanistas. En el período se hablaba sólo de los studia humanitatis y se llamaba humanistas a quienes los practicaban.

El programa cultural de los humanistas se expandió paulatinamente y llegó así a pretender la emulación de la totalidad de la cultura antigua, considerada como manifestación máxima de la civilización humana. Esta aspiración imitativa comenzó, entonces, a trascender la literatura y extenderse a las artes plásticas, la política, la filosofía y muchos otros ámbitos. Los humanistas trataron de crear ciudadanos virtuosos, como los que ellos admiraban de Atenas y Roma, que serían capaces de hablar y escribir con elocuencia y claridad, de participar en la vida cívica de sus comunidades y de persuadir a otros a realizar virtuosas y prudentes acciones. Con sus esfuerzos contribuyeron a una profunda transformación cultural, aportando muchos elementos que serían centrales para el desarrollo de lo que conocemos como modernidad.

¿Por qué escribo este blog?

A pesar de la distancia que nos separa del renacimiento italiano, creo que los ideales de los humanistas tienen todavía hoy mucho que aportarnos. La idea de que nuestra vida puede enriquecerse por el conocimiento de las grandes tradiciones de pensamiento del pasado parece casi ausente en un mundo que rinde sólo culto a lo nuevo. Recuperarla es uno de los objetivos que me impulsan a escribir este blog.

lunes, 4 de enero de 2010

Otra facetia de Poggio (los campesinos que debían decidir si comprar un crucifijo vivo o muerto)

Continuando mi entrada anterior sobre las Facetiae de Poggio Bracciolini os dejo aquí un nuevo ejemplo del humor del renacimiento italiano.

Sobre unos campesinos interrogados si querían comprar un crucifijo vivo o muerto

Desde esta misma ciudad, algunos campesinos fueron enviados a Arezzo para comprar un crucifijo de madera, que iba a ser colocado en la iglesia. Llegaron ante un hombre que vendía estos objetos, y este último, viendo que trataba con patanes ignorantes, decidió jugarles una broma.

Después de escuchar su petición, les preguntó si querían al crucifijo vivo o muerto. Ellos, desconcertados, se retiraron por un momento para discutir el asunto, pronto anunciaron que lo preferirían vivo, ya que, si a sus conciudadanos no les gustaba así, podían entonces matarlo en un minuto.

jueves, 31 de diciembre de 2009

La colección de chistes (Facetiae) de Poggio Bracciolini

En la última entrada de este blog tratábamos del gran humanista Poggio Bracciolini, concentrándonos en su faceta de cazador de manuscritos antiguos. Poggio fue uno de los pensadores y escritores más versátiles de este período y creo que hay muchos otros aspectos interesantes para destacar de su vida y obra, como sus escritos históricos, sus contribuciones al estudio arqueológico de las ruinas romanas, sus tratados polémicos, etc. Pero hay una faceta particularmente interesante por su originalidad y por revelar una cara poco conocida de los círculos humanistas del renacimiento, se trata de sus escritos humorísticos. Una de las obras más famosas y exitosas de Poggio fue su colección de chistes, Facetiae, uno de los libros más reeditados en Europa entre los siglos XV y XVIII. Se trata de una recopilación de pequeñas historias de gran comicidad y, en su mayoría, de contenido erótico-picaresco. Algunas no han resistido el paso del tiempo y parecen hoy demasiado simples o inocentes, otras conservan intacta su capacidad de hacer reír. Os dejo aquí una pequeña muestra, una de mis favoritas, muy imitada posteriormente.

La admirable respuesta de un niño al cardenal Angelotto

El cardenal Angelotto era un hombre mordaz, siempre dispuesto a discutir, muy locuaz pero poco prudente. Cuando estaba en Florencia el Papa Eugenio, el cardenal fue visitado por un niño de diez años, notable por su extrema inteligencia. El pequeño utilizaba un vocabulario escogido y tenía un discurso excelente. Admirado Angelotto por la seriedad y por el estilo de sus palabras, y viendo que el niño respondía inteligentemente a todas sus preguntas, se volvió a sus acompañantes y dijo: “A los que tienen este ingenio y capacidad desde la niñez al crecer les disminuye el intelecto y terminan por volverse idiotas como adultos”. El niño le respondió sin demora: “Vos debéis entonces haber sido el más sabio e inteligente de todos en vuestros primeros años”. El cardenal enmudeció ante la ingeniosa respuesta, viéndose reprochado por estúpido por quien había considerado sólo un niño.

En la Bibliotheca Augustana podéis encontrar una versión completa en latín de las Facetiae de Poggio.

martes, 15 de diciembre de 2009

Los primeros humanistas - Los cazadores de manuscritos


Poggio Bracciolini

Después de un cierto tiempo de descuido, regreso a uno de los temas frecuentes en este blog, el Renacimiento.

Ya he tratado antes sobre los origines del humanismo a fines del siglo XIV. En la primera mitad del siglo XV, el movimiento inspirado por los discípulos de Petrarca fue ganando fuerza y atrayendo figuras de importancia. Florencia se distinguió como el primer gran centro de la cultura humanista, donde bajo el liderazgo de figuras como Coluccio Salutati y Niccolo Nicoli importantes grupos del patriciado y algunos sectores medios de la población urbana fueron cautivados por el estudio e imitación de la Antigüedad clásica. Mientras en el resto de Europa occidental la tradicional literatura caballeresca representaba el ideal de excelencia humana considerado digno de imitación por la nobleza y las nuevas élites urbanas, y mientras en las universidades el escolasticismo se tornaba cada vez más dogmático en los principios de sus distintas escuelas, en Florencia surgía una enteramente nueva forma de educación basada en el ideal aristocrático ciceroniano y en el estudio de los autores latinos y griegos. Este nuevo entusiasmo se enfrentaba a un grave problema. Eran muy pocos los textos de autores clásicos que se conservaban y se encontraban disponibles para ser copiados y puestos en circulación. Se inició entonces una verdadera “caza” de manuscritos, una búsqueda frenética por salvar la herencia intelectual de Grecia y Roma de la destrucción y el olvido.

Poggio Bracciolini y el redescubrimiento de la literatura Antigua


Monasterio de Reichenau

De entre los humanistas de la primera parte del siglo XV, una figura se destaca por su importancia: Gian Francesco Poggio Braccioloni (1380–1459). Hijo de un notario florentino empobrecido, la falta de recursos no representó un obstáculo para tener acceso a la mejor educación pública disponible en Florencia. El extraordinario talento del joven Poggio le garantizó el patronazgo de importantes humanistas, lo que le facilitó el ingreso a un cargo de secretario en la curia papal.

Sin duda, una de las mayores contribuciones de Poggio al estudio de la Antigüedad fue su labor como “cazador de manuscritos”. Su asistencia en 1414 al concilio de Constanza, organizado para la reunificación del papado (existían entonces tres papas rivales) le permitió explorar las bibliotecas de muchos monasterios de Alemania y Suiza (especialmente los de Reichenau, Weingarten y St. Gall). El catálogo de sus descubrimientos es notable: La Institutio Oratoria de Quintiliano, Las Argonautica de Valerio Flaco, numerosos discursos de Cicerón, los comentarios a algunos diálogos de Ciceron de Asconio. También encontró manuscritos de Lucrecio, Columella, Silio Itálico, Manilio, Stacio y Vitruvio. Además, descubrió en Langres el manuscrito del discurso de Cicerón en favor de Cecina, y manuscritos de Amiano Marcellino, Frontino, Nonio Marcello, Probo, y otros de menor importancia.

Manuscrito de Cicerón copiado por Poggio

La búsqueda de los textos desconocidos era una pasión compartida por todos los aficionados a los nuevos estudios. Si bien Bracciolini es el más destacado de los cazadores de manuscritos, también otros humanistas realizaron en la primera mitad del siglo XV importantes descubrimientos. A ellos les debemos la conservación de los textos griegos y latinos que hoy constituyen nuestra principal fuente de conocimiento de la Antigüedad. Los humanistas eran apoyados en este empeño por príncipes, papas y grandes familias de comerciantes que invertían enormes sumas en el rastreo de los textos y en la producción de exquisitas copias. Cosme de Medici invirtió grandes sumas en acumular excelentes manuscritos tanto para su colección privada como para una serie de bibliotecas públicas fundadas por él en Florencia. Muchos de esos manuscritos se conservan hoy en la Biblioteca Laurenciana y constituyen la base para el estudio filológico de buena parte de los textos que hoy se conservan.

domingo, 26 de julio de 2009

Los discípulos de Petrarca y la difusión del Humanismo



Hace un tiempo tratábamos en esta página sobre Francesco Petrarca y su papel central en la difusión del humanismo renacentista. Continuando esa historia, quisiera ahora resaltar el papel de algunos de sus discípulos.

Boccacio un maestro de la literatura universal

El más famoso de los discípulos de Petrarca fue, sin duda, Giovanni Boccaccio (1313-1375), recordado hoy sobre todo por el Decamerón, una obra maestra de la literatura italiana y universal. Orientado por su familia hacia una ocupación mercantil y luego hacia el estudio del derecho canónico, Boccaccio dejó estas profesiones para concentrarse en la literatura. La amistad con Petrarca fue un hecho decisivo en su vida, pues éste lo cautivó para el estudio de la literatura antigua. Boccaccio lo consideró siempre su maestro y líder intelectual y fue bajo sus instrucciones que emprendió el estudio del griego, llegando finalmente a dominar esta lengua (lo que había quedado vedado a Petrarca). Sus contribuciones más significativas al estudio de la Antigüedad fueron filológicas. Boccaccio fue, como Petrarca, un cazador de manuscritos y a él le debemos la conservación de parte de las obras de Tácito, Marcial y Ausonio, entre otros. Adelantado a su tiempo, Bocaccio demostró gran espíritu crítico al comparar los textos de diferentes ejemplares para llegar a conformar un mejor original, pero como historiador se mantuvo incluso por debajo de los estándares alcanzados por Petrarca, componiendo colecciones de biografías y de anécdotas, y también diccionarios de nombres para facilitar la lectura de los textos antiguos.


Coluccio Salutati, difusor del humanismo

Del resto de los discípulos de Petrarca no podemos mencionar más que a los más importantes. Una figura de primer rango fue sin duda Coluccio Salutati (1331-1406), importante como difusor de las nuevas ideas y como protector y formador de otros importantes humanistas. Salutati recopiló una muy importante biblioteca, a él le debemos la conservación, entre otras obras, de las Epistulae ad familiares de Cicerón y del De agricultura de Catón el viejo. Para la producción de los manuscritos de su colección, Salutati aplicó por primera vez principios filológicos críticos. Pero Salutati fue, además de un académico, un influyente político y orador, desempeñándose los últimos 31 años de su vida como canciller de Florencia. Su prominencia política hizo mucho por la difusión del humanismo. Fue bajo su impulso que se estableció en Florencia la primera cátedra de griego, ocupada por el brillante filólogo bizantino Manuel Chrysoloras.

En la primera mitad del siglo XV, el movimiento inspirado por los discípulos de Petrarca fue ganando en fuerza y atrayendo figuras de importancia. Florencia se distinguió como el primer gran centro de la cultura humanista, donde, bajo el liderazgo de figuras como el ya mencionado Coluccio Salutati o Niccolò Niccoli, importantes grupos del patriciado y algunos sectores medios de la población urbana fueron cautivados por el estudio e imitación de la Antigüedad clásica. Mientras en el resto de Europa occidental la tradicional literatura caballeresca representaba el ideal de excelencia humana considerado digno de imitación por la nobleza y las nuevas élites urbanas, y mientras en las universidades el escolasticismo se tornaba cada vez más dogmático en los principios de sus distintas escuelas, en Florencia surgía una enteramente nueva forma de educación basada en el ideal aristocrático ciceroniano y en el estudio de los autores latinos y griegos.

viernes, 8 de mayo de 2009

Petrarca y el humanismo





Sibi et post eum ascendere volentibus viam aperuit
“Abrió una vía para sí mismo y para los que querían ascender después de él”
Giovanni Bocaccio sobre Francesco Petrarca en una carta a Jacopo Pizzinga escrita en 1372

La consolidación del humanismo como corriente de pensamiento organizada está indisolublemente ligada a la figura de Francesco Petrarca (1304-74). Su singular talento supo dar forma al nuevo espíritu de la época
-como lo demuestra su éxito inmediato y arrollador- e impregnar con su carácter el desarrollo posterior en forma decisiva. Petrarca es conocido y leído hoy principalmente por su poesía italiana, él fue, sin embargo, mucho más que un poeta, fue en cierta medida -por lo menos considerado a partir de los estándares de la época- también un historiador, un filólogo, un diplomático, un educador y, sobre todo, un líder intelectual, capaz de inspirar a numerosos discípulos con sus ideales.



Vástago de una familia de exiliados políticos florentinos, Petrarca nació en Arezzo y pasó parte de su niñez en la corte papal en Aviñon. Formado, por imposición paterna, como jurista en Montpelier y Bolonga, Petrarca sintió, sin embargo, desde su temprana juventud una fuerte inclinación por la literatura y, especialmente, por la latina antigua. Antes que un gran renovador, Petrarca representa, más bien, una figura de transición que supo dar a algunas de las nuevas ideas que circulaban en su tiempo una forma especialmente atractiva. Esbozos de muchas de sus ideas centrales son reconocibles ya en la obra de algunos de sus precursores intelectuales, como por ejemplo Albertino Mussato. La en este tiempo ya muy difundida pasión por el pasado de Roma es también claramente perceptible en el intento de Cola di Rienzi de restaurar la república romana. Petrarca combina todas estas ideas presentes en el ámbito intelectual de su época y las presenta en un conjunto especialmente atractivo. En Petrarca pueden reconocerse ya algunas de las características que serán típicas en humanistas posteriores: una pasión especial por el latín como lengua viva, un esfuerzo por recrear un estilo clásico -modelado principal, pero no exclusivamente en las obras de Cicerón-, una aproximación global a la cultura antigua y la entronización del ideal de la humanitas.


Frontispicio de un manuscrito de Petrarca

Petrarca llevó adelante una carrera como funcionario eclesiástico para tener los medios y la disponibilidad de tiempo para dedicarse a sus estudios. Al servicio de varios patrones nobles realizó como agente diplomático extensos viajes, los que aprovechó para recolectar manuscritos de autores antiguos hasta entonces fuera de circulación. Sus viajes fueron también una oportunidad para garantizarle una amplia repercusión a sus ideas, especialmente en Italia. Petrarca recopiló una, para su época, enorme biblioteca, siendo muchos ejemplares copiados por él mismo. Algunos de los textos más importantes con los que hoy contamos gracias a él son, por ejemplo, la correspondencia entre Cicerón y Ático, también las cartas a Quinto y a Bruto, el pro Archia y lo que se conserva de Tito Livio. Pero Petrarca fue también, con las limitaciones propias de su época, lo que podríamos denominar un historiador de la Antigüedad. Su obra De viris illustribus es una serie de biografías de notables personajes de la Antigüedad, mientras que sus rerum memorandarum libri IV consisten simplemente de una colección de anécdotas morales. Estas obras marcan, sin embargo, una ruptura metodológica con la historiografía de la Edad Media. Petrarca dejó de lado las leyendas comunes en su tiempo y se basó sólo en los testimonios directos de los autores antiguos a su alcance. En algunos casos recurrió incluso a fuentes no literarias. Él es también uno de los primeros en coleccionar monedas antiguas e inscripciones, y en contemplar las ruinas de Roma con un interés histórico. Con él comienza, de hecho, el estudio de los restos arqueólogicos romanos. En su época se conservaba mucho que hoy ya ha desaparecido hace siglos pero, lamentablemente, gran parte de la herencia antigua de la ciudad había sido completamente destruida una generaciones antes de Petrarca en los combates entre Brancaleone y los nobles romanos de 1258.


Manuscrito de Petrarca

La principal ruptura con la historiografía medieval es, sin embargo, el hecho de que Petrarca deja de lado una autoridad o un principio teológico como eje estructurador de la historia. Petrarca no es el único representante de esta nueva historiografía en siglo XIV. Otro autor destacable, hoy prácticamente olvidado, es Giovanni de Matociis, el autor de una historia imperialis, es decir, una colección de biografías de emperadores romanos. De Matociis fue el primero en utilizar monedas como fuentes históricas, lo que lo coloca claramente por delante de los estándares historiográficos de su tiempo. Pero el impacto y difusión de su obra fueron muy inferiores a los de Petrarca.


Boccaccio

El humanismo como movimiento fue ajeno al ambiente universitario, dominado por teólogos, juristas y médicos. Por eso la difusión se realizó en forma informal gracias a la capacidad de Petrarca de inspirar a un número relevante de distinguidos discípulos que le dieron a sus ideas un carácter de movimiento. Siguiendo su modelo, la mayoría de los humanistas destacados serían profesores errantes que enseñaban o disertaban por breves períodos en cada lugar. Su sede más habitual serían las cortes de los príncipes, las cancillerías de las repúblicas, o la curia papal y no las casas de estudio, donde su empleo sería, por lo general, sólo ocasional. Uno de sus discípulos más importantes fue, sin duda, Giovanni Boccaccio (1313-1375), recordado hoy sobre todo por el Decamerón, una obra maestra de la literatura italiana y universal.
Como afirma Boccaccio en la cita que encabeza esta entrada, Petrarca abrió una nueva vía intelectual y ha inspirado a muchos a seguirlo. Todos los que nos dedicamos a la investigación y la docencia, sin importar nuestra disciplina, estamos entre quienes seguimos sus huellas.