La visión medieval
Durante la Edad Media, la caída
de Roma es raramente percibida como un acontecimiento relevante o como problema
en necesidad de explicación. Si bien ya autores de siglo VI reconocen que la
deposición de Rómulo Augústulo pone fin a un reinado continuado que puede
extenderse desde Augusto o desde el mismo Rómulo, ello no significa, sin
embargo, que ello se conciba como el fin del imperio o de una época. En efecto,
la visión medieval del pasado romano es dominada por la idea de la translatio
imperii, la transferencia de la autoridad de Roma a otros centros de poder que
sirve como base de legitimación de configuraciones políticas muy diversas.
A finales de la Edad Media, la idea
de la continuidad del Imperio Romano se encuentra fuertemente presente, siendo
Dante uno de sus mayores exponentes. En el siglo XIV, el erudito bendictino
Engelbert von Admont escribe un pequeño tratado titulado De ortu et fini Romani
Imperii. Pero para Engelbert, el fin del imperio es un acontecimiento que
todavía se encuentra en el futuro, tras la llegada del anticristo. El imperio
Romano es el último de los cuatro grandes reinos de la historia mencionados en
la profecía de Daniel. La visión cristiana de los cuatro reinos aparece todavía
ilustrada en la Crónica universal de Hartmann Schedel impresa en Nüremberg en
1493.
Petrarca y la nueva visión humanista
Durante la Edad Media hay
evidencia de una visión alternativa que concibe la caída de Roma como una
cesura, pero se trata de una visión marginal que no llegó nunca a desafiar el
consenso mayoritario. Desde fines del siglo XIV, sin embargo, el desarrollo del
humanismo rompió con la visión de la continuidad histórica e impuso un nuevo
relato centrado en la idea de decadencia que se transformaría en uno de los
principales temas historiográficos hasta el siglo XX. La visión humanista era
una relaboración de ideas ya presentes en Salustio, Tácito, Dión Casio y otros
autores antiguos pero complementada con muchos elementos nuevos. Para los
humanistas, el Imperio Romano nunca se había trasladado, había decaído y,
finalmente, desaparecido. Sus sucesores habían sido estados bárbaros, meros
epígonos que no podían comparársele ni atribuirse ser sus continuadores.
La consolidación del humanismo
como corriente de pensamiento organizada está indisolublemente ligada a la
figura de Francesco Petrarca (1304-74). Ya en la obra de Petrarca se percibe
claramente la idea de la singularidad de la república romana, de sus logros
civilizatorios y, sobre todo, de su literatura, nunca igualada a lo largo de la
historia. Es en su obra que puede reconocerse por primera vez la idea de que
tras ese período de esplendor se había producido una profunda ruptura que había
desembocado en una edad oscura, marcada por la pérdida de todos esos logros.[2]
Petrarca es plenamente consciente, en consecuencia, de que ya no vive en el
mismo período que los autores que admira. Petrarca distingue, en efecto, entre
un período antiguo y un período moderno que es el propio, siendo la frontera
entre ambos la cristianización del Imperio Romano, es decir, la era de
Constantino (fam. 6.2.12).
En un pasaje famoso de su “Carta
a la posteridad”, Petrarca declara expresamente haberse dedicado con afán al
estudio de la Antigüedad por el desagrado que le provocaba su propia época,
afirmando que si no fuera por el afecto que sentía por los suyos, hubiera
preferido vivir en cualquier otra época.
Los humanistas florentinos del Quattrocento - Bruni y Biondo
Más allá del antecedente de
Petrarca, la idea de la decadencia tiene su primera formulación detallada en un
contexto muy específico. Los humanistas florentinos de principios del siglo XV
vivían en un mundo de comunidades urbanas autónomas y republicanas amenazadas
por el creciente protagonismo y poder de los duques de Milán y de diversos
principados y monarquías. Este contexto reforzó su visión sobre la importancia
de los logros políticos del mundo clásico y los llevó a ver en la pérdida de
las “virtudes cívicas” (sobre todo virtus y libertas) que habían caracterizado
a la república romana la señal inequívoca del declive de la civilización
antigua que desembocaría de manera inevitable en la caída final del Imperio de
Occidente.
Esas virtudes cívicas habían renacido,
tras un largo eclipse, en ciudades como Florencia, y la concepción cívica del
republicanismo de los humanistas florentinos era, a la vez, una visión sobre la
decadencia del Imperio Romano y un programa político para evitar que lo mismo
sucediera con su república. La conexión entre la pérdida de la libertad y la
decadencia puede verse ya claramente en la Historia de Florencia de Leonardo
Bruni (1370-1444), como lo ilustra claramente el siguiente pasaje:
Declinationem autem romani
imperii ab eo fere tempore ponendam reor quo, amissa libertate, imperatoribus
servire Roma incepit.
Considero que la decadencia del
Imperio Romano debe colocarse aproximadamente desde aquella época en que,
habiendo perdido la libertad, Roma comenzó a servir a los emperadores.
En la obra de Bruni ya
encontramos plena conciencia de una división tripartita de la historia, marcada
por la idea de que la época oscura señalada por Petrarca ha dado paso a una
nueva en que se están recuperando algunos de los logros de los antiguos. Posteriormente,
se consolidarían para esa edad intermedia designaciones como media tempestas o
media aetas.
Poco tiempo después de que Bruni
redactara su historia de Florencia, Flavio Biondo (1392-1463), un humanista
ocupado como secretario en la curia papal, redactaría la primera obra histórica
centrada en la idea de la decadencia del mundo clásico, las Historiarum ab
inclinatione Romanorum imperii decades, escrita entre los años 1439 y 1453. Si
bien Biondo tomará como punto de partida de su obra el fatídico año 410 en que
la ciudad de Roma es saqueada por los godos, en numerosos pasajes presenta un
diagnóstico semejante al de Bruni sobre los factores que originaron esa
decadencia mucho tiempo antes de ese acontecimiento. Quedaba así consagrada una
nueva visión sobre la historia de Occidente en la que la decadencia de Roma era
un acontecimiento definitorio.
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