Ya he tenido ocasión en este blog
de escribir sobre la vida de Petrarca y su importancia como uno de los padres
fundadores del humanismo renacentista. En su persona ya se manifiesta
plenamente desarrollado el afán por conocer todo lo posible sobre el mundo
antiguo y, sobre todo, por rescatar del olvido y leer a los grandes autores del
pasado. Unido a ello, encontramos en Petrarca numerosas declaraciones de su
amor por los libros, de su sed insaciable por poseerlos.
En una carta famosa, Petrarca incentiva a un amigo para que
busque en las bibliotecas monásticas a su alcance textos antiguos olvidados. En
un párrafo de singular belleza el poeta explica lo que los libros significan
para él:
Pero para que no creas que me he librado de toda culpa humana, te diré
que me domina una pasión insaciable, que hasta ahora no he podido ni querido
refrenar, intentando convencerme a mí mismo de que el deseo por una cosa
honorable no puede ser deshonesto. ¿Quieres saber de qué enfermedad se trata?
De una sed insaciable de libros, y eso a pesar de que ya poseo quizás más de
los que serían necesarios. Es que con los libros sucede como con muchas otras
cosas: el éxito en su acumulación es un estímulo para una mayor avaricia.
Además, con los libros sucede algo especial: el oro, la plata, las joyas, los
vestidos de púrpura, las casas de mármol, los campos bien cultivados, las
pinturas, los caballos bien adornados, y otras cosas de este tipo proporcionan
sólo un placer mudo y superficial; los libros, en cambio, nos deleitan hasta la
medula, hablan con nosotros, nos aconsejan y se conectan con nosotros en una
especie de amistad profunda y vital; y cada uno de ellos no penetra sólo en el
alma del lector, sino que inserta allí el nombre de otro libro y despierta el
deseo de poseerlo también a éste.
(Mi traducción, este es el texto
original latino: Ne tamen ab omnibus
hominum piaculis immunem putes, una inexplebilis cupiditas me tenet, quam
frenare hactenus nec potui certe nec volui; michi enim interblandior honestarum
rerum non inhonestam esse cupidinem. Expectas audire morbi genus? libris
satiari nequeo. Et habeo plures forte quam oportet; sed sicut in ceteris rebus,
sic et in libris accidit: querendi successus avaritie calcar est. quinimo,
singulare quiddam in libris est: aurum, argentum, gemme, purpurea vestis,
marmorea domus, cultus ager, picte tabule, phaleratus sonipes, ceteraque id
genus, mutam habent et superficiariam voluptatem; libri medullitus delectant,
colloquuntur, consulunt et viva quadam nobis atque arguta familiaritate iunguntur,
neque solum se se lectoribus quisque suis insinuat, sed et aliorum nomen
ingerit et alter alterius desiderium facit.)
Petrarca conoció en Aviñón al
inglés Ricardo de Bury (1287-1345), obispo de Durham, otro gran amante de los
libros, que compondría el Philobiblon, el primer libro que trata
específicamente del amor por los libros. Petrarca le escribiría luego numerosas
cartas desde Italia inquiriendo diversas informaciones sobre Inglaterra pero el
inglés no se dignaría a contestar. Estaría seguramente demasiado ocupado con
sus libros.
2 comentarios:
Me ha emocionado hondamente este fragmento de Petrarca pues yo adolezco de su mismo mal,está perfectamente definido en mi segunda lengua,el Catalán,"lletraferit",en vacua traducción castellana "letraherido",esa necesidad,ansia en realidad, de leerlo todo de vivirlo en el otro,de ser el otro a veces,de tener ahí en mi biblioteca todos esos trozos de mi vida que con tan sólo verlos,acariciarlos me llevan al momento feliz de su primera lectura.
¡ Muchas gracias !
Hola César, gracias por tu comentario. Me alegro mucho de que las palabras de Petrarca hayan despertado ese eco compartido.
Quizás te interese esta otro entrada en que vemos un sentimiento semejante expresado por Maquiavelo:
http://citas-latinas.blogspot.com.ar/2010/08/cuando-llega-la-tarde.html
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