Richard
Bentley llevó nuestra comprensión lingüística del latín y el griego clásicos a
un nuevo nivel. Su nombre no es hoy conocido más que por los especialistas. Sin
embargo, puede considerárselo como uno de los grandes genios intelectuales de
una época repleta de talentos en todos los ámbitos. Fue una persona polémica en
su tiempo por su crítica demoledora contra los errores de sus contemporáneos,
pero fue reconocido por los mayores intelectos de su tiempo, como por ejemplo
Isaac Newton.
De la granja paterna a Oxford y Cambridge
De una
familia de campesinos acomodada, Bentley evidenció ya en su adolescencia dotes
destacadas. Su abuelo materno financió sus estudios en Cambridge. Tras su
graduación fue designado como tutor del hijo del Dr. Edward Stillingfleet, uno
de los miembros más destacados de la iglesia Anglicana de la época. En la casa de su patrón, dotada de una de las
bibliotecas más ricas de Inglaterra, Bentley emprendió en estos años las vastas
lecturas que fundaron la gran erudición que todas sus obras evidencian.
Su rol
como tutor le otorgaba el tiempo libre necesario para sus amplias
investigaciones. Acompañó a su discípulo a Oxford, dónde tuvo oportunidad de
ampliar sus investigaciones en las colecciones únicas de esa universidad,
especialmente aquélla de la Bodleian Library. Después de ocupar diversos
puestos eclesiásticos al servicio de su patrón (que había llegado al rango de
obispo), y después de desempeñarse algunos años como bibliotecario de la reina,
Bentley fue designado director del Trinity College de la Universidad de
Cambridge en 1699 y en 1717 como profesor de teología en esa misma casa de
estudios, posiciones en las que se desempeñó hasta su muerte.
Avances en la crítica textual
Bentley
fue el crítico textual más grande de su tiempo y evidenció un talento único.
Sus ediciones críticas hicieron época y su método para la corrección de textos
superaba ampliamente en rigurosidad científica a los entonces aplicados.
En
primer lugar, Bentley basaba sus correcciones en sus muy profundos conocimientos
de todos los aspectos de la historia, la cultura y la literatura grecorromanas,
como lo evidencia su primera publicación, la carta a Mill para acompañar su
edición de Malalas, una breve y brillante exposición en la que Bentley corrige
más allá de todas dudas pasajes de 60 autores griegos y latinos mencionados
incidentalmente en su argumentación. Fue publicada en 1690 cuando su autor
contaba tan sólo con 28 años.
En segundo lugar, Bentley se distinguía por su
total comprensión y dominio de la métrica latina y griega, llegando a deducir
personalmente algunos principios desconocidos de las mismas. Este dominio le
permitía corregir los textos de los poetas antiguos con gran seguridad. De su
análisis de los poemas homéricos Bentley dedujo la existencia de una letra
arcaica, a la que denomino digama, después caída en desuso como única forma de
explicar algunas peculiaridades métricas de los mismos. Pero la principal
innovación introducida por Bentley en la filología fue la racionalidad crítica
como base para la corrección de textos antiguos: como lo expresa claramente la
siguiente afirmación: nobis et ratio et res ipsa centum codicibus potiores
sunt. Todos estos principios son visibles en las magistrales ediciones críticas
de Horacio y Manilio.
La querella sobre los antiguos y los modernos y la disertación sobre las Epístolas de Falaris
Si bien
Bentley no fue un historiador y todas sus contribuciones estuvieron conectadas
con problemáticas ligadas a la literatura antigua, su participación en una
controversia académica de la época derivó en la producción por su parte de uno
de los más brillantes ejemplos de crítica histórica de una fuente de todos los
tiempos. La denominada “querella entre los antiguos y los modernos” fue una
discusión erudita originada en Francia a fines del siglo XVII por algunos
escritores que declaraban la superioridad de los más grandes autores de la
época de Luis XIV respecto de los clásicos griegos y romanos. Esta opinión dio
lugar a un apasionado debate que se extendió por muchos años.
La polémica
alcanzó Inglaterra cuando en 1692 Sir William Temple publicó su Essay on
Ancient and Modern Learning. En esta obra Temple defendía la superioridad de
los antiguos y argumentaba esta posición presentando imprudentemente las
fábulas de Esopo y las cartas de Falaris como las más arcaicas y también las
mayores producciones de la literatura antigua. Ambas habían sido consideradas
probablemente espurias por numerosos autores, como por ej. Poliziano, pero
nadie había presentado una argumentación definitiva sobre este tema. La obra de
Temple motivó la producción de una nueva edición de las cartas de Falaris
producida por el joven académico Charles Boyle en 1695. Bentley en su rol de
bibliotecario real se había mostrado, según Boyle, algo reacio a colaborar con
la sesión de manuscritos para la edición de la obra, de la cual afirmaba, más
allá de toda duda, su carácter apócrifo. Bentley, por supuesto, negaba todo.
Bentley
fue atacado personalmente por Boyle en el prefacio de la edición de las cartas,
lo que motivó, a su vez, una respuesta de Bentley publicada como anexo en una
obra de su amigo Wotton contra las tesis de Temple. De esta disputa se derivó
pronto una polémica general entre la sociedad culta de Inglaterra, en la que la
mayoría tomó partido contra Bentley. En ese momento éste publicó una versión
aumentada de de su nota crítica (titulada: Una disertación sobre las cartas de
Falaris) para ser incluida en la segunda edición de la obra de Wotton. Esta disertación es sin duda como una de las
más brillantes exposiciones académicas de la época, Bentley demuestra que gran
número de contradicciones cronológicas y lingüísticas prueban más allá de toda
duda que las cartas son un invento tardío, totalmente ajeno al Falaris
histórico. El mérito de esta obra no es tanto la demostración de la falsedad de
las cartas, algo que ya había sido declarado por otros autores, como la genial
argumentación crítica para probar este punto más allá de duda.
La
Disertación señala el logro de un nuevo nivel en la crítica interna de las
fuentes. Podemos presentar aquí sólo algunos de los argumentos de Bentley: A)
Cronológicos: Bentley toma el 550 a.C. como la más tardía fecha posible para la
época de Falaris, y muestra la insalvable contradicción que representa la
mención de la ciudad de Pinthia en las cartas, cuando la misma no fue fundada
sino tres siglos más tarde, y la de Alesa, que lo fue 140 años después. Un
alfarero de Corinto nombrado en una carta, vivió 120 años después que Falaris.
Además, muchas ciudades son designadas en las cartas, con nombres que
recibieron después de la época de Falaris, como Messana y Tauromenio. Más
flagrantes aún son las contradicciones que implican las citas en las cartas de
autores que todavía no habían nacido e incluso las menciones de géneros
literarios que todavía no habían sido desarrollados. B) Lingüísticas: Las
cartas están escritas en el dialecto ático, cuando Falaris, el tirano de la
colonia doria de Agrigento debería haber usado un dialecto dorio. Además, el
dialecto ático aparece en su forma tardía, distinta de aquella del período
clásico más cercano a Falaris.
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